Huerteando en la Cordillera de Los Andes
Una huerta es mucho más que cultivar nuestra comida. Esa es la primera seducción que experimentamos como huerteros, y sólo será así, si estamos realmente dispuestos a embarcarnos en este viaje. Una huerta puede darnos la llave para conocernos a nosotros mismos y desarrollarnos. Una huerta nos da una oportunidad a través de la experiencia, para aprender, para sanarnos, enriquecernos y empoderarnos. Y todo esto ¡sin tener que endeudarnos para obtener certificados que acrediten nuestro conocimiento! La sabiduría la llevaremos por siempre en nuestras manos como horticultoras y horticultores.
Soy Kate, y hace más de 7 años atrás llegué a Chile desde Inglaterra. Actualmente formo parte de la fundación Alma Crea, organización que se dedica a formar y educar sobre diversas temáticas relativas al desarrollo del potencial humano a través de la ecología y la creatividad.
Estamos situados en el norte de Chile, en el famoso y bello Valle de Elqui. Aquí la tierra nos demanda plena concentración todos los días, debido a las singulares características de la zona: las extremas temperaturas y desafíos climáticos que la naturaleza de este lugar tiene que soportar, permite que los árboles y plantas se hagan fuertes. Tenemos nueve meses de fuerte calor seco, inviernos con días igualmente calurosos, pero frías noches y heladas mañanas ¡Incluso nieve! por lo menos tres veces al año. Es por ello que en este contexto, quien cultiva también tiene que “hacerse”.
Desde siempre sentí una gran atracción por el mundo natural y por cultivar, gracias a que mis padres me permitieron pasar mucho tiempo con la naturaleza y estimularon mi interés por ella, pero una cosa es disfrutar admirando su belleza, y otra muy distinta es adentrarse en ella y ser parte. Antes, jamás pude imaginar la maestría que se necesita desarrollar para poder cultivar de una forma seria y productiva. Y no me refiero solamente en cuanto a lo material: en este caso producir alimentos, sino también la maestría que requiere uno mismo como persona, para poder vivir el espíritu de la naturaleza.
Rompiendo nuestros juicios acerca de lo que es bueno y lo que es malo
Al empezar mi viaje cultivando, no imaginaba que las plantas necesitaban comer tanto. Pensé que con el agua, el sol y un poquito de abono, mis hortalizas estarían contentas. Pero después de algunos años cultivando de esta manera intuitiva, empecé a notar que la cantidad y la calidad de las cosechas empezaron a disminuir, y las plantas ya no se veían tan fuertes y saludables. Obviamente, la tierra se iba desgastando cada vez que yo había cultivado algo, y a mí no se me ocurría que tenía que reponer los nutrientes al suelo, con una buena cantidad de materia orgánica ¡Claro, mi idea de llegar y tomar! La idea que yo tenía entonces, era de que la naturaleza es para que nosotros la utilicemos y no que debemos retribuir de la misma manera de vuelta.
Entonces necesité estudiar e investigar, y al estudiar el suelo. Empecé a entender lo que la tierra necesita comer. La tierra no estaba pidiendo una cazuela, o una empanada con pebre, no. Estaba pidiendo agua con plátanos podridos, estaba pidiendo caca de animal, estaba pidiendo algas fermentadas, estaba pidiendo elementos que -a mis ojos-, no eran tan agradables de tocar, ni oler. Pero como la huerta necesitaba una tierra buena y fértil, y solo desde allí podría conseguirla, tenía que romper mis juicios acerca de lo que me gustaba hacer y lo que no.
En nuestro huerto tenemos ocho composteras (donde ponemos: pasto verde y seco, restos de podas, hojas, algas, restos de comida, cartón, guano de animal) y logramos tener aproximadamente 8 toneladas de compost al año. Además preparamos más de 5.000 litros semanalmente de diversos fertilizantes líquidos orgánicos, que aportan vida y alimento a nuestros árboles y cultivos en la huerta.
La tierra nos estaba pidiendo que rompiéramos nuestros prejuicios acerca de lo que era agradable y lo que no, que fuéramos capaces de ver la riqueza donde antes no. Así mejoramos las cantidades de nuestra cosecha, y al mismo tiempo logramos sentir aceptación al no estar discriminando constantemente aquello que es bueno y lo que es malo.
Desarrollamos resiliencia
Seguramente más de una vez has sentido la frustración cuando un cultivo no produce de la forma que tú quieres, que no crece como imaginabas que iba a crecer. Pero en estos momentos, tenemos que saber que la lección que las plantas nos están dando, no es solamente en torno a lo práctico. No es solamente evaluar la cantidad de sol que recibió, ni el tipo de suelo, ni cuánta agua pusiste. Es también una oportunidad de evaluar cuánta resiliencia tenemos.
Al observar nuestras ganas de "tirar la esponja con la huerta", o nuestros deseos de desistir con algunos cultivos mañosos, podemos darnos un espacio para expresar lo que tenemos que expresar al respecto. No pueden imaginar las lágrimas que he llorado por una baja de cosecha de zapallos. O la cantidad de malas palabras que he gritado cuando me siento impotente frente a un cultivo de tomate que no quiere dar tomates. Pero misteriosamente, sólo con sacarnos estos pesos emocionales que acarreamos, logramos manifestar la resiliencia necesaria, para superar los problemas que ocurren en nuestra huerta, y seguir adelante. Y por supuesto, esa capacidad de seguir adelante nos acompaña en cada desafío que tenemos en nuestra vida.
Logramos la capacidad de adaptarnos frente a cualquier circunstancia
Cuando empecé a aprender acerca de la necesidad de agregar nutrientes a la tierra, me encontré con varios problemas: todos estos suplementos orgánicos para cultivos que eran fáciles de encontrar en Inglaterra, no eran fáciles de encontrar aquí al final del mundo en la cordillera de los Andes, aquí en Chile. Entonces tuvimos que adaptarnos. En vez de utilizar por ejemplo, polvo de sangre y hueso que se encontraba muy fácilmente en mi país, descubrimos que las cabezas o restos de pescado servían para el mismo propósito, cómo en tiempos precolombinos. Claro que uno tiene que volverse más salvaje, tocar los animales muertos ¡Ensuciarse las manos! Entonces, sí. Sería más agradable poner un poco de polvo de sangre y hueso en cada planta o cama de cultivo, en vez de tener que cargar un saco que gotea sangre de las cabezas de pescado, que están levemente pudriendo con el calor de un día soleado, y quedar mal oliente mientras lo pones en la tierra. Pero adaptarnos frente a las circunstancias de nuestra huerta, nos hace capaces de adaptarnos y buscar soluciones en todas las facetas de nuestra vida: en nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestros sueños, etc.
Permitirnos recuperar la imprevisibilidad y espontaneidad de la vida
Lo nuevo trae una sensación de aventura. Nos lleva a sentir esa alegría que sentimos cuando fuimos pequeños/as. Sin embargo, poder sentir espontáneamente esta sensación de expectación y aventura, hoy en día no es tan común, para poder sentir un cambio y sacarnos de nuestras rutinas aburridas que nos encarcelan, normalmente pensamos en cambios grandes. Por ejemplo, pensamos en tomar vacaciones a un lugar exótico, cambiar de casa, cambiar de trabajo o de oficio. Y podemos esperar todo un año, o varios, para sentir esa estimulante alegría que nos trae lo desconocido, esa sensación de aventura, de no saber lo que viene. Pero, ¿por qué tenemos que limitarnos tanto?, ¿por qué no nos abrimos a los cambios que están sucediendo frente a nuestros ojos, todos los días?
Es una estación que nos hace sentir el espíritu, porque nos permite experimentar la belleza de una total transformación. Nos permite sentir la sensación de VIVIR. Comprobar que nada es estático.
Una huerta es un sistema vivo en constante evolución. Es una aventura. Junto a ella no es necesario invertir mucho dinero, ni tiempo para poder experimentar una aventura. En una huerta todo cambia constantemente, nada es lo mismo que ayer, y nada será lo mismo mañana: cada día hay una hoja nueva en alguna planta, las nubes se formarán distintas a las de ayer, los insectos cruzarán nuestro camino de modo diferente al de antes, plagas que aparecen y desaparecen de nuestros cultivos. Una huerta nos recuerda que la espontaneidad es parte de la vida cotidiana, y nos asombra cuando no podemos predecir lo que viene.
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