La comida no se bota
Todos sabemos que botar comida es malo, pero aún así, muchos de nosotros cometemos el error de comprar de más y terminamos desperdiciando nuestros alimentos. Al descomponerse nuestros desechos orgánicos generan metano, un gas de efecto invernadero mucho más dañino al medio ambiente que el CO2, por lo mismo debemos hacer cambios si queremos cuidar el planeta. Dario de Fundación Retroalimenta nos aconseja como empezar en casa, para así sumar a más adeptos en contra del desperdicio de alimentos.
El sentido común nos dice que no debemos botar la comida. El problema es que lo seguimos haciendo y en grandes cantidades, sin saber incluso que nuestros actos y decisiones lo provocan. A estas alturas es bien conocido que 1/3 de los alimentos producidos terminan en la basura que equivale a cerca de 1.300 millones de toneladas al año 1 provocando daños graves en nuestro medio ambiente e incluso en nuestra economía.
Por otro lado, todos los recursos invertidos en la producción de estos alimentos que terminamos botando también se usan en vano. Es de esta forma que 1.400 millones de hectáreas al año son usadas en vano, equivalentes a las superficies de Canadá e India juntas 4. En lo que respecta a la huella hídrica, estaríamos hablando de un volumen de 250 Km3 de agua, equivalente al volumen de 1.000 embalses El Yeso.
Las pérdidas y desperdicio ocurren a lo largo de toda la cadena de distribución de alimentos, con predominancia al inicio y al final de esta. Hay causas que dependiendo de la zona geopolítica en la que estemos son difíciles de controlar, como por ejemplo causas climáticas (exceso calor, heladas, entre otras) precariedad en la infraestructura de la cadena de distribución como el transporte, cadenas de frío, entre otras.
Sin embargo, la causa que más pesa y que afecta desde el consumo, impactando directamente hasta el productor, son los agresivos estándares de calidad que se les exige a frutas y verduras desde el mercado.
Según lo que hemos podido conversar con pequeños y medianos agricultores de hortalizas es que pierden entre un 20-30% de la producción debido a que no logran cumplir el estándar que exigen los comerciantes que compran esta mercadería 5.
Por otro lado, al momento de consumir y comprar alimentos, ya sea en ferias o supermercados, estamos acostumbrados a ver que siempre el mercado nos ofrece frutas y verduras de aspecto perfecto, sin marcas ni magulladuras, de apariencia homogénea, sin signos de madurez ni pudrición.
Hemos adquirido el mal hábito de sólo consumir estos alimentos que nos ofrecen, generando una falsa imagen de cómo deben lucir los alimentos para poder consumirlos.
Hagamos el ejercicio por ejemplo si nos dieran a elegir entre dos plátanos en una góndola, uno amarillo perfecto y el otro con manchas negras, elegiremos sin dudar el primero, a pesar de que ambos tengan óptimas cualidades nutricionales y de inocuidad para ser consumidos.
Esta ilusión de las góndolas llenas y perfectas nos crea otra falsa sensación de abundancia, en que siempre habrá disponibilidad de alimentos perfectos para nosotros, lo cual nos desconecta del valor de los alimentos y así, si por alguna razón alguna fruta o verdura que tengamos en nuestras despensas madura mucho, sabemos que podemos botarla sin problemas e ir nuevamente al comercio a comprar productos nuevos para reponerlas.
En nuestras charlas siempre contamos el testimonio de una ex voluntaria que vivía en Porvenir, en Tierra del Fuego, donde los alimentos frescos como frutas y verduras escasean por las grandes distancias que deben recorrer en avión y barco para poder llegar hasta allá. Entonces cuando la gente va a comprar a negocios locales, consumen lo que estos ofrecen, independiente si están con imperfecciones, magullados o muy maduros. Tienen el buen hábito de aprovechar al máximo los alimentos a los que tienen acceso porque saben que son muy difíciles de adquirir.
La gran pregunta que nos podemos hacer entonces es, ¿cómo cambiamos estos hábitos?
Si vivimos inmersos en una sociedad derrochadora y con elevados estándares de belleza en todo lo que se refiere a consumo. Lamentablemente no pasa por decirle a la gente que no bote comida. Sabemos que no se debe hacer, pero seguimos teniendo hábitos que sin saberlo, mueven una cadena de suministro de alimentos completa en una dirección en que los alimentos terminan en la basura.
Sin duda es difícil tomar conciencia de la noche a la mañana. Se requieren cambios graduales y constantes en nuestra forma de actuar a diario. Yo puedo hablar desde mi propia experiencia de algunas medidas que tomé y que me han servido para tomar conciencia de la importancia de los alimentos, de aprovecharlos al máximo y de así evitar generar tantos residuos en mi hogar.
Daré a mi gusto las tres principales, que serían mis tres C’s del cuidado de los alimentos:
Cultiva un huerto
La única manera de entender el esfuerzo que toma producir un alimento es verlo crecer por uno mismo, y para esto la mejor manera es teniendo un huerto, ya sea de hortalizas o hierbas aromáticas por más grande o chico que este sea. Cuando veamos por ejemplo crecer un tomate desde semilla, por más chico o deforme que este sea, lo valoraremos por lo que es, más que por cómo luce. La cercanía con el origen de los alimentos es fundamental para entender los recursos que se necesitan para hacer crecer esa planta, el agua, la luz, la tierra y los cuidados necesarios para que crezca y nos regale frutos. Este hábito nos ayudará a flexibilizar nuestros criterios de aceptación y a pensarlo dos veces antes de botar un alimento o discriminar una fruta o verdura por ser “fea” o “imperfecta”.
Cocina más
De a poco nos vamos acostumbrando a que otros cocinen por nosotros. Cada vez dependemos más de empresas industrializadas que con tal de vender y abaratar costos, utilizan insumos baratos de cuestionable calidad, malas prácticas para procesar alimentos, y para alargar la vida útil de estos productos, los bombardean con químicos que cuesta recordar y pronunciar su nombre. Sin contar los efectos adversos para nuestra salud de consumir estos alimentos procesados, estamos olvidando la tradición fundamental del ser humano que nos permitió evolucionar en lo que somos ahora: Cocinar.
Transformar nuestros alimentos es fundamental para conocer cada uno de los ingredientes que usamos, del cómo podemos usarlos y aprovecharlos al máximo, ser conscientes de su vida útil, de las variadas maneras de poder conservarlos por más tiempo y lo mejor de todo, nos permite disfrutar y valorar alimentos cocinados por nosotros mismos.
Nos será mucho más difícil botar a la basura un pan horneado por nosotros, que uno comprado en un supermercado.
Composta tus residuos orgánicos
Al momento de cocinar o manipular alimentos es inevitable que se generen residuos orgánicos, cómo cáscaras, despuntes o partes fibrosas que es difícil de comer. Como debemos evitar enviar basura orgánica al vertedero con tal de no generar gases nocivos para el medio ambiente, lo mejor que podemos hacer es compostar nuestros residuos orgánicos y así generar un abono rico en nutrientes para nuestras plantas.
La idea es que en el peor de los casos, esos nutrientes vuelvan a la tierra para que sirvan a nuevas plantas para que puedan crecer. En Chile, una persona genera 1,25 kilos de basura a diario y aproximadamente el 50% corresponde a residuos orgánicos que terminan en rellenos sanitarios. Así, si además reciclamos, podemos fácilmente reducir nuestros residuos en cerca de un 85%. Cuando vemos la poca basura que generamos al aplicar estas medidas, ocurre un cambio radical en cómo enfrentamos la basura no tan sólo en nuestras casas si no que cuando recorremos la ciudad o vamos a casas de conocidos.