El cambio climático y la desertificación en Chile: el rol del sector forestal en la solución de un problema mundial
Durante las últimas décadas se ha generado un abrupto aumento de la temperatura atmosférica, el cual se correlaciona con las concentraciones de CO2 atmosférico. Ante esto, los bosques pueden cumplir un rol esencial al ser grandes captadores de CO2, pero, al mismo tiempo, se encuentran ante un complejo panorama. Pablo García Chevesich y Mauricio Lemus ahondan en este artículo sobre el cambio climático, la importancia de los bosques ante este panorama, el rol que ha tenido el humano y la situación en la que se encuentra Chile.
Los cambios climáticos globales han sido siempre parte de la historia del planeta en que vivimos, pues la naturaleza siempre los ha producido. Así por ejemplo, el clima de la tierra se encuentra gobernado por los conocidos “ciclos de Milankovic”, o cambios en la órbita planetaria, en donde la Tierra varía su excentricidad (cada 100 mil años), su oblicuidad (cada 41 mil años) y la orientación de su eje central (cada 26 mil años), generándose inviernos y veranos más o menos fríos en ambos hemisferios, provocando cambios importantes en la temperatura planetaria y dando también origen a las conocidas glaciaciones.
Otro fenómeno importante es la presencia de manchas solares y la duración de sus ciclos, pues dichas manchas no son más que la salida de campos magnéticos (es decir, más radiación solar), lo que se traduce en mayores temperaturas en la atmósfera del planeta. A modo de ejemplo, entre los años 1350 y 1850 ocurrió la famosa “Pequeña Glaciación” (Little Ice Age), fenómeno que afectó a millones de personas debido a un sinnúmero de fallas agrícolas a raíz de las bajas temperaturas, y fue causado por una disminución significativa en el número de manchas solares.
Los meteoritos también han demostrado ser partícipes importantes en los cambios climáticos globales. De hecho, se cree que los dinosaurios se extinguieron gracias a los aumentos en la temperatura planetaria 55 millones de años atrás, los que fueron provocados por una combinación entre una excesiva actividad volcánica y la caída de un gran meteorito, y son responsables de la mayor temperatura atmosférica en la historia del clima de la Tierra.
Sin embargo, son los volcanes quienes han dominado mayormente la temperatura atmosférica global y los que han gatillado los mayores cambios, pues éstos regulan naturalmente la concentración de CO2 atmosférico. Las “mega-erupciones” ocurren en promedio cada 10 mil años y pueden incrementar o disminuir la temperatura de la atmósfera, según el tipo de erupción. Primeramente, los volcanes liberan cenizas (las que bloquean la radiación solar) e hidrato de metano (un gas que contrarresta el efecto invernadero), produciendo ambas una disminución temporal de la temperatura atmosférica global.
Un ejemplo de este fenómeno climático fue la erupción del volcán Tambora en Indonesia, ocurrida en 1815, la cual produjo el conocido “año sin verano”, uno de los desastres agrícolas que más han marcado la historia de la civilización moderna. Pese a esto, la historia del clima en la Tierra nos enseña que los volcanes generalmente producen aumentos en la temperatura, mayormente debido a la liberación de CO2 a la atmósfera, siendo un claro ejemplo la mega-erupción ocurrida 250 millones de años atrás en Siberia, la cual depositó una capa de 1.5 km de lava sobre un área aproximada de cinco veces el tamaño de Chile continental. Producto de dicha erupción, se extinguió un 95% de las especies terrestres, siendo esta la extinción masiva más severa en la historia del planeta, la cual ocurrió bajo una atmósfera que contenía alrededor de diez veces más CO2 que los niveles actuales.
Humanos gatillantes de la variación del clima del planeta
Primeramente, el hombre es responsable de la liberación de gases de efecto invernadero (principalmente CO2) producto de la quema de combustibles fósiles, lo cual gatilla la liberación de otros gases aún más potentes en términos de su capacidad de incrementar la temperatura de la atmósfera, como el metano. Sin embargo, la tala de bosques y la desertificación se traducen en una disminución de la fotosíntesis, un proceso en el cual la planta absorbe CO2 para producir oxígeno, acelerando el proceso aún más, siendo este el foco de la presente nota.
Gracias a un sinnúmero de estudios realizados literalmente en todo el mundo, se ha reconstruido la historia del clima de la Tierra durante los últimos 650 millones de años, desde sus comienzos como una masa de hielo que cubrió el planeta (fenómeno ocurrido tres veces), pasando por aumentos repentinos de la temperatura atmosférica a raíz de mega-erupciones como la de Siberia, caída de meteoritos, manchas solares, y/o variaciones en la órbita de la tierra (o ciclos de Milankovic). Así, 55 millones de años atrás la actividad volcánica planetaria comenzó a descender, lo que provocó una disminución gradual de la temperatura de nuestra atmósfera. Sin embargo, pese a que los ciclos de Milankovic indican que nos deberíamos estar acercando a una glaciación, la actividad volcánica continúa baja, las manchas solares no son anormales y claramente no ha habido impactos de meteoros, durante las últimas décadas se ha generado un abrupto aumento de la temperatura atmosférica, el cual se correlaciona directamente con las concentraciones de CO2 atmosférico. Debido a esto, la única explicación científica es una causa antrópica.
Dicho aumento de las temperaturas ha producido un sinnúmero de efectos en los climas locales, siendo representados principalmente por sequías, inundaciones, tormentas e incrementos en los niveles del mar.
Es más, la conocida Curva de Keeling (Figura 1), que es la representación gráfica de la evolución global de las concentraciones atmosféricas de CO2, expresa claramente cómo se han ido incrementando tremendamente los niveles del gas carbónico en nuestra atmósfera. Sin embargo, dicha curva es el resultado de mediciones diarias, las cuales no son lineares dentro de un año dado. Esto se debe a que la concentración del CO2 atmosférico global disminuye significativamente durante los meses comprendidos entre mayo y octubre, es decir, durante los meses de verano del hemisferio norte, debido a que las grandes masas boscosas de dicho hemisferio capturan millones de toneladas del gas carbónico por medio de la fotosíntesis.
Sin embargo, durante los meses fríos (entre octubre y mayo del siguiente año), los bosques en dicho hemisferio entran en un período de dormancia, la fotosíntesis se detiene y así las concentraciones de CO2 atmosférico vuelven a incrementarse, superando los valores iniciales y empujando la tendencia general de la curva hacia arriba.
Lamentablemente, lo que ocurre en el hemisferio sur es muy distinto y es lo que aparentemente hace que la Curva de Keeling siga en ascenso año a año (por supuesto, en combinación con el incremento de las emisiones de CO2).
La tala masiva de bosques ha tomado lugar principalmente en el hemisferio sur (Sudamérica, África y Australia), lo que ha implicado una disminución casi constante de la capacidad de nuestro hemisferio para captar CO2 atmosférico global (Figura 2).
En otras palabras, el pulmón del mundo se encuentra en el hemisferio norte, mientras que el pulmón del hemisferio sur se ha destruido debido a la deforestación masiva de sus bosques naturales.
Bosques como pulmones de captación de CO2
Sin embargo, de existir en nuestro hemisferio una masa boscosa relativamente similar a la original, el planeta contaría con dos pulmones y la captación de CO2 sería relativamente constante, lo que podría provocar una disminución de las concentraciones globales del gas carbónico, es decir que el planeta finalmente volvería a enfriarse, o al menos se retardaría el proceso de calentamiento global mientras buscamos otras soluciones.
El gran problema es que la aforestación es extremadamente costosa, pues requiere el establecimiento de árboles en millones de hectáreas de terrenos altamente erosionados e infértiles. Pero para ver las cosas desde una perspectiva mas amplia, los costos asociados para el reparo de los daños causados por el huracán Sandy, un fenómeno climático que se atribuye a la gran lista de los efectos del calentamiento global, superaron los US$60 mil millones de dólares, probablemente suficientes como para forestar una superficie suficientemente extensa en el hemisferio sur, produciendo un efecto visible en las concentraciones mundiales de CO2 atmosférico.
De este modo, muchos países están tomando medidas y se encuentran trabajando seriamente en el problema. Así, tenemos el caso de China, país que desde fines de la década pasada asignó 60 mil soldados exclusivamente para plantar árboles (Figura 3), aforestando en 2021 3.6 millones de hectáreas. Más impresionante aún fueron los 66 millones de árboles que se plantaron en India el 2017, en sólo 12 horas, con el apoyo del gobierno y ciudadanos de muchas regiones, siendo esta una campaña replicada en Etiopía, en donde se plantó 350 millones de árboles en 12 horas (2019), rompiendo el récord mundial en la materia. Sin embargo, el proyecto de forestación más grande del planeta está representado por la "Gran Muralla Verde", un cinturón de tierra "enverdecida" de 7.775 km de largo y 15 km de ancho en África, desde Senegal hasta Yibuti.
¿Qué pasa en Chile?
Si analizamos la historia de Chile, la que se asemeja a muchos países en nuestro hemisferio, podemos darnos cuenta de lo mal que hemos manejado nuestros suelos y sus bosques. En su obra “La Araucana (1550)”, Alonso de Ercilla describió a Chile como una “fértil provincia”. Sin embargo, durante los últimos mil años se ha desarrollado, como dijo Daniel Contesse en su publicación “El sector forestal chileno: una realidad sustentable”, una batalla campal entre el desarrollo económico y los bosques de Chile, siendo estos últimos, derrotados. La batalla comenzó con los pueblos pre-hispánicos, para continuar en mayor medida con las colonias europeas. En ese entonces, la destrucción de los bosques era considerada natural y, en cierto grado, inevitable.
Así, al término de la primera mitad del siglo XX, más de 19 millones de hectáreas se encontraban bajo algún estado de erosión en Chile. En sus desesperados intentos por hacer algo al respecto, el científico alemán Federico Albert comenzó a probar, desde comienzos del mismo siglo, especies forestales que pudiesen crecer y estabilizar los suelos erosionados de Chile. El investigador fue capaz de encontrar una especie forestal que podría significar la solución del problema de la erosión en nuestro país: el pino insigne (Pinus radiata). Desde entonces, Albert trató de promover la plantación de dicha especie en terrenos erosionados, aunque sin mucho éxito.
En este sentido, existen grandes obras que han tratado de advertir sobre las consecuencias de la erosión de los suelos chilenos. Miguel Elgueta y Juan Jirkal publicaron en 1942 “La erosión de los suelos en Chile”, donde denunciaron los graves perjuicios que dicho fenómeno estaba causando sobre la agricultura a nivel nacional. En 1946, Manuel Rodríguez y José Suárez publican “La conservación de los suelos de Chile” y, un año más tarde, Víctor Bianchi lanzó su libro “Erosión, cáncer del suelo”, ambas publicaciones refiriéndose a los problemas provocados por la deforestación y la erosión a nivel nacional. Finalmente, en 1958 aparece “La sobrevivencia de Chile”, escrita por Rafael Elizalde, quien denuncia el peligro en que se encontraba el país debido a la destrucción de sus bosques y suelos. Entre los intentos más recientes por concientizar la importancia de la creciente destrucción de nuestros suelos está representada por la obra “La conservación del suelo y la erosión: una tierra que se muere”, de Florencio Durán, publicada en 1970.
Sin embargo, pese a dichas advertencias, la erosión nacional hacia la década de 1970 había incluso empeorado, por lo cual el Gobierno creó incentivos a la forestación y así el sector forestal chileno emprendió, pues las tasas de crecimiento anual del pino insigne representaban una ventaja competitiva, debido a su corta rotación en relación con la de otros países. Así, pese a que inicialmente se practicaba la inaceptable conversión de bosque nativo a plantaciones, se recuperaron miles de hectáreas de suelos previamente degradados en Chile. A partir de 2010 la tasa de forestación se reduce substancialmente y desde 2013, con la expiración de la ley de fomento y sin contar con incentivos estatales, las cifras de forestación cayeron a montos despreciables, comparados con aquellos de la década anterior (solo 1,7 Mha en 2017, en comparación con la media de 50 Mha para 2001 a 2010).
Aparte del sector forestal, no se ha hecho prácticamente nada significativo por recuperar los suelos deforestados y que se encuentran bajo algún nivel de degradación, salvo pequeños esfuerzos realizados por algunas instituciones gubernamentales y universidades, entre otras, destacando el Programa de Arborización de Conaf que busca plantar hasta 6 millones de árboles entre 2018 y 2022. En este sentido, Conaf necesita urgentemente muchos más recursos para poder así ejecutar plantaciones masivas similares, por ejemplo, la experiencia de India.
Hoy en día, 63% del territorio nacional (47 millones de hectáreas)) se encuentran bajo algún grado de erosión en Chile, concentrándose principalmente en la zona centro-norte (regiones I a VIII) y la zona austral (regiones XI y XII). Como si esto fuese poco, el mal manejo del suelo produce un avance del desierto a una tasa que va desde 400 mt a 1 km al año, en dirección sur. Este proceso de desertificación, o eliminación de la productividad de la tierra debido a un mal manejo de ésta (influenciado también por el ensanchamiento de anticiclones), ha ocurrido en decenas de países dentro del hemisferio sur.
Por ende, es fundamental que Chile, una de las economías más sólidas de nuestro hemisferio, tome la iniciativa de restaurar sus áreas erosionadas y así dar paso a una reacción en cadena en otros países del sur del mundo, lo que se traduciría en la captación continua de CO2 y la disminución gradual de la temperatura atmosférica planetaria, eliminando efectos asociados como la sequía que tanto nos azota. En este sentido, el sector forestal jugará un rol fundamental en dicho proceso. Por lo tanto, es importante que se generen fondos e incentivos a la forestación nacional, y que organizaciones como INFOR, CONAF y universidades, aúnen esfuerzos en la generación de investigación aplicada y su divulgación.
Intentos de recuperación
De todos modos, cabe destacar que sí han surgido importantes iniciativas que dan una luz de esperanza de que aún podemos revertir estos procesos de degradación. Muestra de ello es la política forestal de CONAF 2015-2035 que establece como meta para restaurar 500 mil hectáreas de bosque nativo. Por otro lado, recientemente fue aprobado el plan nacional de restauración a escala de paisaje 2021-2030, el cual considera incorporar al proceso de restauración 1 millón de hectáreas de paisajes vulnerables, tomando en cuenta aspectos sociales, económicos y ambientales. Sin duda son metas ambiciosas que requieren de acciones concretas para que se puedan hacer realidad, como por ejemplo generar una estrategia de producción de especies nativas y políticas de fomento e incentivo para la implementación de este tipo de proyectos.
Entre las regiones del Maule y Los Lagos se ha comenzado un trabajo colaborativo entre INFOR y el Centro Tecnológico de la Planta Forestal, concentrando sus esfuerzos en la capacitación de la producción de plantas forestales. Las regiones del Maule, Ñuble y Biobío concentran el 78% del total nacional de producción de plantas forestales. Desde la perspectiva de la producción de plantas con fines de restauración, en el futuro se requiere de capacitación y formación de viveristas a mayor escala, para lograr una producción eficiente de plantas nativas, modificando los modelos de producción de plantas tradicionales para adaptarlos a las nuevas necesidades y los nuevos objetivos de manejo, en donde se consideran proyectos de restauración ecológica y conservación, en vez de producción de plantas con fines comerciales a la escala que se comercializaban hace décadas atrás.
También, es importante destacar iniciativas que ya se están llevando a cabo, como el proyecto +Bosques, financiado por el Fondo Verde para el Clima, el cual permitirá incorporar y gestionar de manera sustentable más de 25 mil hectáreas de bosque nativo en las regiones del Maule, Ñuble, Biobío, La Araucanía, Los Ríos y Los Lagos. Similarmente, como se mencionó anteriormente, es fundamental que dicha acción se coordine con el resto de los países del hemisferio sur, con el fin de crear el gran “pulmón del sur”, una masa boscosa distribuida entre Sudamérica, África y Australia.