El cooperativismo para la calidad de la alimentación
En el día internacional de las cooperativas, se quiere dar relevancia a estas estructuras destacando su labor como bien de servicios, los cuales no sólo son pertinentes sino que además están en total acuerdo con los objetivos de alimentación propuestos por Chile para combatir la obesidad. Este artículo nos hace cuestionar sobre el sistema que deseamos escoger para nutrirnos. Una alimentación que sea a la vez saludable y sustentable no podrá llevarse a cabo si no es acompañada de un sistema de cooperativas.
La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 2012 como el Año Internacional de las Cooperativas y resaltó la contribución de las cooperativas al desarrollo económico y social, especialmente su impacto en la reducción de la pobreza, la creación de empleos y la integración social1. El primer sábado de Julio, las cooperativas de todo el mundo celebrarán el 100º Día Internacional de las Cooperativas2 esto podría representar una alternativa real para pequeños y medianos productores que en el mercado deben hacer frente a compañías de gran tamaño y con capitales transnacionales.
En Chile un enorme impulso por parte del Estado a través de la creación de la Corporación de Fomento de la producción (CORFO) en 1939, las cooperativas se multiplicaron en diferentes rubros, asociando a personas de los rubros pesquero, vitivinícola, lechero, electrificación rural, entre otros. En 1965 se creó la Comisión Nacional Coordinadora de Cooperativas y el Departamento de Desarrollo Cooperativo del Servicio de Cooperación Técnica (SERCOTEC), y desde ahí diversas cooperativas de importancia histórica (IFICOOP, CONFECOOP, INVICOOP, AUDICOOP) junto a la Confederación Nacional de Federaciones de Cooperativas Campesinas (CAMPOCOOP) en 1970. Tras el golpe de Estado de 1973, y la introducción del neoliberalismo como paradigma económico en 1977, la idea de la asociatividad comenzó a ser vista con malos ojos. Entre 1975 y 1989 se disuelven 1.259 cooperativas y las instituciones de integración cooperativa se reducen a la mitad3.
Incluso sabiendo que la cooperación es bien entendida como un factor evolutivo en otros animales y plantas se ha menospreciado el valor de la cooperación (predominando la competencia en la economía de libre mercado) y se ha opacado su vigencia como modelo económico. Esto debería cambiar con la creación del Instituto Nacional de Asociatividad y Cooperativismo, anunciado por el actual presidente Gabriel Boric en la cuenta pública 2022 y cuyos planes de trabajo debieran estar listos durante el primer semestre del presente año.
Hay múltiples respuestas pero me centraré en sólo una: la alimentación. Antes de la nueva era necesitábamos acabar con el hambre en el mundo (meta 2 ODS) ahora se requiere nutrir a todos en formas sostenibles, económica, ambiental y culturalmente4. Un giro que ha venido insinuándose en los diagramas y mapas de obesidad en el mundo hasta 2020, pero que después del periodo de confinamiento ha sido claro que llegó para radicarse. Chile está dentro de los países que generan más obesos. La obesidad afecta a tres de cada cuatro personas (74,2%) según la Encuesta Nacional de Salud más actualizada disponible (2016-2017) y a nivel planetario estamos entre los 10 países más obesos y en quinto lugar en el caso de niños y niñas5. Vamos también encabezando la lista en los países de la OCDE según los informes más recientes. Si estamos pensando en el futuro, los mapas nutricionales de JUNAEB hablan de la población jóven que desde el 2009 al 2021 ha tenido “un intercambio del estado nutricional normal, al de obesidad total”, las brechas entre obesidad total y peso normal se han ido acortando en un 90% durante 13 años6. Las cifras son más alarmantes y pueden ser revisadas en los archivos de JUNAEB.
Es necesario cambiar el foco desde la alimentación de la población hacia la calidad nutricional de la alimentación. Pero eso no es suficiente. Cuando hablamos de calidad en lo que sea, necesitamos explorar la multidimensionalidad del fenómeno y en el caso de la nutrición también es necesario observar a la luz de la sostenibilidad ecológica. Pensemos por un instante en la industria de la alimentación y las dinámicas que conlleva: producción, almacenamiento, transporte, intercambio, procesamiento, transformación y retail. Pensemos también en los usos de energía de esas empresas, el uso del agua, y los gases de efecto invernadero que emanan. Si por alguna razón la medición de este impacto medioambiental fuera obligatoriamente monetarizada y se sumara al impacto económico de la introducción de alimentos manufacturados en la dieta, como los costos en enfermedades cardiovasculares y salud en general, no cabría duda que el modelo cooperativista y principalmente las cooperativas de producción de alimentos pueden representar una gran alternativa y oportunidad para forjar un futuro sostenible.
Como es muy probable que en el plano de la alimentación la politics as usual siga vigente mediante la “actividad política corporativa” (estrategias políticas emprendidas por corporaciones para proteger o expandir sus mercados, influyendo directa o indirectamente en el proceso político, CPA por sus siglas en inglés)7, es necesario optar por alternativas más medulares que la ley 20.606 (Ley de etiquetado) vigente desde el 2012, año en que sólo era impredecible el aumento rampante en obesidad.
Dada la inercia que se ha demostrado por realizar cambios para un futuro sostenible quizás todavía haya que preguntarse si es que hay puntos del sistema alimentario donde se pueda invertir recursos para lograr una retribución en la mejora de la calidad de la dieta y de la sostenibilidad de los ecosistemas, o dicho de otra forma, ¿cuál sería la ganancia económica de mejorar una parte del sistema alimentario y que necesariamente desemboque en el cambio en la preferencia de los consumidores? Quizás no es una medida que ataque el problema a largo plazo, pero confío en que puedan haber razones económicas positivas para implementar dicho cambio en los próximos años, antes de que las cifras de obesidad alcancen un punto irreversible.
Otra mirada es la subvención mediante fondos de innovación para favorecer la producción y el uso de alimentos de alto valor nutricional ya que la agricultura tradicional se ha centrado desde décadas en un pequeño número de cereales (principalmente maíz, trigo, arroz, y en menor cantidad otros como avena, cebada, centeno y mijo), relegando al pasado o incluso discriminando super-alimentos como kinwa y alforfón las cuales son reales alternativas para introducir en la alimentación escolar y tomar acción frente a lo expuesto por JUNAEB. Existen actualmente investigaciones que reconoce al trigo sarraceno (alforfón) como una alternativa económica viable para su producción e introducción al mercado nacional9 además de su importancia para celíacos.
La inercia sin embargo en algún punto tiene y debe transformarse en acción masiva. Comparar la industria de la alimentación predominante con las cooperativas de agricultores y de consumo responsable es comparar peras con manzanas. Se trata de la calidad de la alimentación y sostenibilidad ecológica más que de la cantidad de producción y del PIB. Ambos bienestares los rige principalmente el tamaño de la cadena alimentaria, la estacionalidad del alimento, y la escala de acción (local, familiar y campesina) versus alimentos de cadenas largas, fuera de estación y a escala transnacional. No basta una economía estable para alimentarnos y nutrirnos correctamente, no bastan los discursos hegemónicos de crecimiento si las generaciones futuras tendrán predisposición a enfermedades con cifras superiores a las de esta época.
¡Que nos nutran las cooperativas!