Breve historia de la agricultura
En este artículo, Paula nos invita a conocer sobre la historia de la agricultura y distintos métodos que nos pueden llevar a entender nuestra relación con el alimento como parte de un todo.
Hace más o menos 12.000 años atrás, en la edad temprana de la sociedad humana, las personas vivían principalmente de la recolección de vegetales y complementaban su alimentación con la caza y la pesca si tenían acceso a ella. El nacimiento de la agricultura (del latín agri=campo, cultura=cultivo), tradicionalmente definida como la cría de ganado y producción de alimentos, ocurrió a medida que el ser humano inició el proceso de domesticación de animales a través del pastoreo y el cultivo de las especies vegetales silvestres que servían para el consumo humano. Con el paso del tiempo se fueron seleccionando las plantas que respondieron bien al ser sembradas y cuidadas bajo condiciones similares a las de su estado natural. Así, el inicio de la agricultura creó la posibilidad de establecer asentamientos humanos y comenzar con el proceso de arraigo geográfico de pequeñas comunidades.
El desarrollo de la sociedad tuvo como embrión la observación y el entendimiento de patrones naturales; la proactividad de grupos humanos que colectivamente aprendieron a trabajar en colaboración con los sistemas naturales y a producir alimentos. Fue creado así un lazo importante entre el alimento y su producción, y comenzaron a desarrollarse conocimientos e instrumentos para lograr la obtención de comida de manera más efectiva: se inventaron importantes sistemas de regadío y fueron descubiertas las influencias cósmicas en el desarrollo de los cultivos.
Las pequeñas comunidades pudieron asentarse y comenzar a crecer. Sin embargo, existían ciertas inestabilidades en torno a la producción: en momentos de lluvias excesivas, sequías prolongadas o de ataques de plagas a los cultivos, entre otros sucesos, se hacía más difícil la movilidad de los asentamientos que permitirían garantizar la sobrevivencia.
Por esto, el sistema de intercambio entre pequeños asentamientos humanos, basado en valores de cooperación y solidaridad, fue fundamental para garantizar la diversidad alimentaria.
Sin embargo, muchos siglos más adelante, con la llegada de la industrialización de la agricultura (la llamada Revolución Verde de los años 1960-1980), la íntima conexión del ser humano con la Naturaleza, que perduró por milenios, se fue debilitando. De la mano de las maquinarias, el manejo genético de semillas, los sistemas de monocultivo y el uso de agroquímicos en grandes extensiones de terreno, esa capacidad de autonomía productiva, entendimiento, respeto y conexión con la tierra comenzó a desvalorizarse y fue aplacada en su gran mayoría, salvo en territorios donde grupos de resistencia indígenas y campesinos lucharon y aún hoy continúan en lucha por conservar su cultura. La agricultura que logró ser capturada por la industria pasó a tener como foco exclusivo la productividad y rentabilidad, con un modelo de producción que comienza en los campos de petróleo, continúa en las minas, pasa por las refinerías, la siderurgia, las plantas de aluminio, la industria química, las maquinarias, embalajes, sistemas de transporte y luego supermercados. Aquí, la naturaleza es vista como un instrumento económico productor de recursos.
La ganancia e injusticia socio ambiental que conlleva la acumulación de bienes de unos pocos en función de la sobre explotación de muchos y de la naturaleza, fueron naturalizadas como necesarias en función del “desenvolvimiento y el progreso”, basándose inclusive en el argumento de tener una garantía de recursos alimentarios frente al crecimiento poblacional.
Las consecuencias no demoraron en hacerse visibles: enormes impactos socioambientales como la deforestación, el alto consumo de recursos energéticos no renovables, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de suelos y fuentes de agua y la producción de alimentos nutricionalmente empobrecidos y contaminados han generado una realidad que evidencia el debilitamiento dramático de la relación del ser humano con la naturaleza.
Frente a este panorama, urge hoy en día construir caminos alternativos para superar esta alarmante situación generada por la agricultura industrial.
Sistemas alternativos
Hoy en día existen una serie de propuestas desarrolladas por diferentes agrupaciones que han adoptado nombres como agroecología, agricultura orgánica, permacultura, agricultura biodinámica y agricultura natural, dentro de las más conocidas. Son nombres que a pesar de enmarcar ciertas diferencias, tienen un factor común: caminar hacia la sostenibilidad basándose en el respeto por la Naturaleza; incluyendo al ser humano como parte de ésta. Es una corriente que se orienta a producir alimentos más ecológicos y que también ha desarrollado el interés por traer la agricultura a las ciudades y dar paso a lo que se llama autocultivo, huertas urbanas o agricultura urbana.
Agricultura orgánica
Lo que hoy se denomina agricultura orgánica ha sido practicada desde hace siglos por aborígenes del mundo entero que tenían un sistema de producción basado en el uso de sus propios insumos de origen vegetal y/o animal, y en prácticas como la rotación de cultivos, uso de plantas asociadas, abonos verdes, coberturas de suelos y descanso de la tierra. Las semillas eran seleccionadas según lo mejor de cada producción, la energía era suplida por animales de carga y tracción, y se usaban los molinos de viento o agua como fuente energética. La producción agrícola en su mayoría era consumida a nivel familiar o entregada en las manos a otro consumidor.
En los países asociados al mercado orgánico, para que un producto pueda ser llamado como tal debe estar avalado por algún sistema de certificación que acredite que aquel producto cumple con la condición de orgánico, esto es a través de entidades certificadoras. Por ejemplo; NOP (National Organic Program) para Estados Unidos, JAS para Japón, COR (Canadian Organic Regimen) para Canadá, Orgánico SAG para Chile, entre otras—, y tendrá costos significativos para el productor, debido a que serán diferentes las exigencias en términos de procesos productivos así como de la utilización de los productos permitidos según la normativa y la empresa certificadora que esté entregando el sello. Este tipo de certificaciones está, a su vez, estrechamente ligada a la industria de insumos orgánicos de alto costo para el productor.
Se ha ido creando así un mercado de productos orgánicos certificados que —si bien constituye un real aporte frente a la agricultura convencional dado su reducido impacto ambiental y la posibilidad de acceso a productos más saludables— tiene un mayor costo productivo (específicamente por la certificación y la exigencia en la compra de insumos autorizados) y genera un modo elitista de producción y consumo.
Agroecología
El movimiento de la agroecología nace principalmente en respuesta a los efectos negativos que trajo consigo la Revolución Verde, sentando sus bases en el rescate de los conocimientos y las prácticas utilizadas por los indígenas y campesinos de Mesoamérica, los Andes y el trópico húmedo.
La agroecología se puede definir como sistemas agroalimentarios sostenibles que se basan en los principios de rescate de la cultura agrícola local, el planeamiento con base en recursos propios disponibles, el reciclaje de nutrientes, la valorización y promoción de la diversidad y la integración entre especies.
Una alternativa sostenible que vale la pena apoyar y estimular en función de potenciar un sistema de producción y comercialización que poco a poco comience a desplazar al sistema de agricultura convencional que tanto daño nos está causando.
Permacultura
El concepto de permacultura fue creado en Australia en los años 70. Definiciones de permacultura existen muchas, sin embargo podríamos decir que es: “el diseño consciente de paisajes que imitan los patrones y las relaciones con la naturaleza, mientras nos entregan alimento, cobijo y energía abundantes para satisfacer las necesidades locales, protegiendo los recursos del presente y de generaciones futuras”. La palabra permacultura, se puede entender como cultura permanente o cultura sostenible, cuyos diseños enlazan agricultura, arquitectura y ecología. Existen muchas otras corrientes de agricultura que están englobadas dentro de la permacultura, como por ejemplo, los bosques de alimentos, la agricultura sintrópica, la agricultura regenerativa, entre otras. Todas prácticas que en sus singularidades, miran a un futuro común de carácter sostenible.
Es común escuchar que la permacultura se asocia a un tema netamente de diseño, sin embargo, va más allá, ya que comienza por diseñar y luego sigue con establecer, gestionar y mejorar todos los procesos que sostienen un sistema como tal.
Los campos de acción de la permacultura son muy amplios; al ser un sistema de diseño, puede ser trabajada desde el individuo o desde la sociedad a nivel global. Por ello, se puede aplicar en un pequeño balcón o en una ciudad completa.
Hoy existen agrupaciones sociales llamadas Ecoaldeas por todo el mundo, donde aplican la permacultura como un sistema de vida que influye en la construcción de las viviendas, su manejo de energía, el uso del agua, el sistema de educación en las escuelas, la forma de producción y alimentación, la salud y la medicina, las finanzas y la economía, entre otras.
Agricultura biodinámica
Fundada y transmitida por Rudolf Steiner, precursor de la antroposofía. La biodinámica es una forma de hacer agricultura, una práctica que nace de la comprensión de que la tierra está influenciada por todo lo que habita en ella, tanto en el plano terrenal como en el astral. Se comenzó a difundir en 1924 y hoy es utilizada en más de 50 países del mundo.
Se asemeja mucho a las otras corrientes de agricultura sostenible, sin embargo, la biodinámica va más allá; no solo tiene un foco en lo que sucede con la tierra, sino que también considera las energías provenientes del cosmos, es decir, las influencias de los ritmos solares, lunares, de las constelaciones del zodíaco y de los planetas de nuestro sistema solar.
En la práctica, la biodinámica se compone de dos elementos claves:
- Uno es la utilización de preparados especiales que incorporan elementos como estiércol, el cuarzo y algunas plantas medicinales que son aplicados al suelo y plantas para así traspasar la esencia nutricional y energética que hará crecer los cultivos y protegerá todo el sistema.
- El otro es la consideración del movimiento cósmico para las prácticas de campo, como por ejemplo la utilización de calendarios como el de René Piamonte (traducción de María Thun para el hemisferio sur), que se basan en el movimiento de los astros y son una guía para el agricultor, entregando recomendaciones para la siembra, manejo del suelo y la aplicación de preparados biodinámicos. Lo que se busca es obtener la mejor calidad nutritiva de las plantas y buenas cosechas en cuanto a condición, sabor, aporte nutricional y energético de los alimentos.
Es cierto que un sistema biodinámico como tal es algo complejo y está pensado para ser aplicado en granjas. Sin embargo, a pequeña escala se pueden incorporar algunas de sus prácticas según las posibilidades de cada quien, lo que redundará siempre en un beneficio complementario a las prácticas que se vayan a realizar dentro de un sistema respetuoso de producción.
Agricultura natural
Este movimiento de agricultura fue ampliamente desarrollado por el agricultor, biólogo y filósofo japonés Masanobu Fukuoka, autor de varios libros como La revolución de una brizna de paja y La senda natural del cultivo. Desarrolló una filosofía en torno a la agricultura y un método de cultivo llamado como él mismo: Fukuoka, que traspasó las fronteras de Japón y terminó siendo una referencia dentro de la agricultura natural en todo el mundo. La esencia del método Fukuoka es reproducir las condiciones naturales tan fielmente como sea posible, de modo que el suelo se enriquece progresivamente y la calidad de los alimentos cultivados aumenta sin ningún esfuerzo añadido.
Este sistema de agricultura plantea que la naturaleza es perfecta y que mientras más intervenida sea, mayores son las posibilidades de fracaso del agricultor. Se destaca su inclinación al “no hacer”—o wu wei taoísta—significa el hacer adecuado con el respeto que debemos a la naturaleza. Esto implica contemplación de ella y acción consecuente de esa contemplación, lo que implica también una simplificación de nuestro esfuerzo y trabajo de campo directo y un incremento del trabajo positivo de nuestra mente.
Agricultura urbana
En general, cuando se escucha hablar de agricultura, se tiende a pensar en una zona rural con cultivos de grandes extensiones. Sin embargo, el concepto puede ser mucho más amplio. Podemos comprender la agricultura como el acto de sembrar o plantar alimento en cualquier lugar, ya sea bajo los principios de la agricultura natural, biodinámica, de la permacultura, de la agroecología o bien con la suma y mezcla de ellos, obviamente adaptados a la realidad urbana.
La agricultura urbana consiste en el cultivo de alimentos como hortalizas, hierbas, cereales e incluso la cría de algunos animales como gallinas y conejos, cultivados y criados en zonas alejadas del campo. El terreno en el que se realiza este tipo de agricultura puede ser privado, público o residencial. Se pueden considerar como espacios cultivables patios, terrazas, azoteas, muros, antejardines, veredas, plazas o cualquier lugar que cuente con sol y agua. No se menciona el suelo como un requisito, ya que, con un poco de creatividad hoy en día se puede cultivar en botellas, macetas e incluso en sistemas donde se combina la producción de hortalizas con la cría de peces, algo así como hidroponía natural o acuaponía urbana.
El motor que impulse a las personas a practicar la agricultura urbana puede tener su origen en diferentes intereses, como por ejemplo, la salud y el rechazo al consumo de químicos de origen artificial; el deseo de alimentarse de productos más frescos, nutritivos y sabrosos; la conciencia del cuidado del medioambiente y del impacto que provoca en él la agricultura convencional; la voluntad de tener autonomía en la generación del alimento; la necesidad de trabajar en algún objetivo común con los vecinos cultivando huertas comunitarias; el simple hecho de querer generar una conexión con la tierra o por sentirse bajo estrés y usar la agricultura como terapia, obteniendo sus beneficios para la salud física y mental; y la utilización de la agricultura como método de aprendizaje en las escuelas y en los centros de rehabilitación, entre otros.
Si nos vamos un poco a la historia, existe un ejemplo de un verdadero movimiento hacia la agricultura urbana, siendo Cuba la principal protagonista. Debido al bloqueo de Estados Unidos y la caída de la Unión Soviética, el pueblo cubano decidió comenzar con un movimiento de agricultura urbana que permitiera proveer de alimentos a toda su gente, sin necesidad de transportarlos del campo a la ciudad. Se adaptó la ley de uso de suelo, se formó una red de agentes compuesta por los miembros del barrio, se crearon “casas de semillas” y se creó una infraestructura de mercado de venta directa. Aquí se comenzó a cultivar una ciudad entera, sin necesidad de utilizar transporte y con alimentos frescos a diario.
Si bien existen otros ejemplos de agricultura urbana en el mundo como Ciudad de México, Antigua y Barbados, Managua, Rosario en Argentina, Nueva York (con sus cultivos en azoteas), Londres, Berlín, Madrid, Barcelona, Costa Rica, Bután y París, entre otros, hoy en día se hace necesario construir un movimiento mundial en este sentido, confiando en que producir, al menos una parte de nuestro alimento, puede llegar a ser el mayor acto de revolución hacia un sistema que hoy nos está destruyendo.
Sin ir más lejos, hace no muchos años atrás, era común ver en los patios de las casas árboles frutales como limoneros, damascos, ciruelos y naranjos, y también especias y hierbas; algunos hogares practicaban la producción de sus propias hortalizas e inclusive la cría de gallinas y otros animales para el consumo. En las veredas se plantaban manzanos y ciruelos, en los parques y plazas también se potenciaba el cultivo de algunos frutales; sin embargo, algo comenzó a suceder y se privilegió un paisajismo de especies ornamentales, alejando de nuestras manos la posibilidad de obtener parte del alimento.
Reflexiones
Una vez revisadas las diferentes corrientes o miradas que existen sobre la agricultura, es pertinente plantear que como agricultores podemos llevar a la práctica algunas técnicas propuestas por la agricultura biodinámica, por la natural o por aquellas que envuelve la permacultura. Podemos buscar un sello para entrar en algún mercado en particular o simplemente abrir las puertas de nuestro sistema productivo a la comunidad para generar desde allí los lazos de confianza. Más allá de sentir afinidad o hacerse parte de alguna propuesta en particular, lo que se puede rescatar en todas ellas son los valores que respaldan estas prácticas. Tanto como productores y/o como consumidores podemos visualizar y potenciar con nuestras prácticas productivas y/o de consumo lo que personalmente nos haga más sentido.
En nuestras manos está la posibilidad de favorecer el cuidado del medioambiente y nuestros recursos; potenciar la proximidad productor-consumidor; estimular la producción de variedades locales; favorecer el consumo de productos de estación, rescatar la valorización del agricultor; apoyar la producción de pequeña escala y, por sobre todo, crear conciencia en nosotros y en las generaciones futuras sobre la implicancia de las pequeñas acciones personales en el resultado global. Todos pilares claves a la hora de generar resistencia al mercado devastador que trae consigo la agricultura industrial.
Por último, no debemos olvidar que un alimento es mucho más que una fuente de vitaminas, minerales, fibra y/o proteínas. Un alimento también es su historia; es el origen de sus semillas, el suelo en el que fue cultivado, el agua que se le dió, los abonos con los que fue nutrida la planta, la manera en que fue cosechado, el tiempo entre la cosecha y el consumo, y toda la cadena que existió antes de llegar a nuestra mesa. Un alimento no solo nutre nuestro cuerpo, también nutre nuestros pensamientos y nos puede o no, dar energía vital.