El escenario de Chile y el mundo en torno al agua
Las decisiones que tomemos hoy en torno al agua van a definir el futuro hídrico tanto de Chile como del mundo. Pablo nos muestra el panorama mundial en relación al agua y nos plantea alternativas que deberíamos llevar como país para enfrentar un problema que se hace cada día más vigente.
El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) lo declaró hace unos días: el calentamiento global es real, causado por las actividades humanas y está ocurriendo mucho más rápido de lo que se predecía. Sus efectos se traducen en muchos procesos que, para el contexto de esta nota, son dos: inundaciones y sequías. Esta última involucrando a más del 40% del territorio continental mundial, perjudicando irreversiblemente (hasta el momento) a uno de cada diez individuos (765 millones de personas hacia el 2017, número que asciende rápidamente). En particular, las mujeres y niños en gran parte de los países afectados han sido el grupo más perjudicado; en promedio, las mujeres de nuestro planeta invierten diariamente alrededor de 200 millones de horas en conjunto, simplemente para poder tener acceso al agua. Como si esto fuese poco, 800 niños menores de cinco años mueren cada día por no tener acceso a agua limpia.
El panorama mundial
Así, la crisis del agua es una pesadilla que no solo se vive en Chile. México está atravesando por la peor crisis hídrica de su historia, debido más que nada a un incontrolado consumo (expansión agrícola y demandas municipales debido a la actual pandemia), al igual que muchas zonas de Estados Unidos (sobre todo estados del suroeste, con énfasis en California). Australia, por su parte, sobrevivió una gran sequía (2003-2012), pero actualmente se encuentra luchando contra una aún más potente, desde el 2017. En India, millones de personas sufren debido a la escasez hídrica como consecuencia no solo de una creciente disminución en las precipitaciones, sino además un excesivo consumo agrícola, eso sumado a que muchos de sus recursos hídricos se encuentran contaminados.
En 2007 no cayó una sola gota en muchas regiones de China, afectando más de 13 millones de hectáreas de cultivos agrícolas. La actual y persistente sequía que atraviesa el país asiático ha sido amortiguada en parte utilizando sus reservas (cientos de represas), las cuales continúan agotándose. Gran parte de la agricultura china ocurre en la meseta Loess, la cual está cursando la peor sequía de la última década. Similarmente, en las montañas de Asia Central (Uzbekistán) está ocurriendo un fenómeno muy común en zonas cordilleranas de todo el mundo: cae menos nieve, se derrite más temprano y la isoterma cero está incrementando en altura, lo que se traduce en menos reservas de agua. Este fenómeno está secando los ríos que muchos países de la región (Uzbekistán, Kazajistán, etc.) utilizan para abastecer sus cultivos agrícolas y consumo humano.
Pese a lo anterior, el continente africano es uno de los más afectados, no solo como consecuencia de las pocas precipitaciones que están recibiendo, sino más bien debido a la falta de estructura hídrica (en África, una mujer camina en promedio seis kilómetros al día acarreando agua manualmente, para sus usos domésticos). En Madagascar, por ejemplo, las precipitaciones han disminuido a tal punto que este año se vive una crisis no solo hídrica, sino además alimentaria, una consecuencia directa de la sequía (mil trescientos millones de personas en el mundo se encuentran hoy bajo inseguridad de alimentos, en gran parte debido a la sequía). En Zimbabue, más de siete millones de personas (aproximadamente 50% de su población) necesitan hoy apoyo alimenticio debido a la escasez hídrica. Similarmente, Angola atraviesa la peor sequía en 40 años y El Congo prácticamente no tiene agua limpia.
Nuestros hermanos argentinos, por ejemplo, están sufriendo en muchas regiones, sobre todo las que se abastecen de su gran río Paraná, el cual se está secando rápidamente. La Región de Arequipa al sur del Perú ha experimentado un retroceso glaciar superior al 70% en las últimas décadas, poniendo en jaque el abastecimiento de agua de millones de personas, incluyendo campesinos y ciudades, sin mencionar la industria minera formal e informal. Pese a su reputación como país selvático y lluvioso, Brasil está siendo fuertemente afectado por la escasez de lluvias, un fenómeno asociado al calentamiento de sus océanos, el cual provoca que las masas de aire se sequen antes de llegar a la gran cuenca amazónica, la que además está siendo constantemente atacada por incendios y la tala de bosques. Por último, Bolivia decretó hace poco la sequía como “desastre nacional”.
¿Y qué pasa en Chile?
En base a lo anterior, podemos darnos cuenta de que en Chile no parece estar tan mal la situación (pese a una década de bajas precipitaciones, en donde se incluyen los dos años más secos desde que se tiene registros), pues nuestros ríos continúan fluyendo (a diferencia de otros lados), tenemos una inmensa cordillera a un costado y nuestros acuíferos siguen abasteciendo las crecientes demandas (si se seca un pozo, simplemente se profundiza). A medida que los glaciares andinos continúan derritiéndose, hemos invertido literalmente miles de millones de dólares en soluciones que se basan en el abastecimiento nival y glaciar, un error que ya no se comete en muchos países en donde se han estado tomando este problema en serio, es decir, aplicando medidas con base científica. Un claro ejemplo es la construcción de mega embalses; al comienzo del actual gobierno había 19 proyectos en construcción, número que aumentó a 26.
En otras palabras, ¿con qué vamos a llenar esos embalses? Otro ejemplo es un megaproyecto de transporte de agua desde el río Aconcagua (más de 70% de origen glaciar, según estudios), de $28 mil millones cuyo objetivo es abastecer de agua potable a Viña del Mar y Valparaíso, teniendo el mar al lado y pudiendo haber desarrollado una estrategia económica y sustentable en base a la desalación.
Similarmente, el Estado ha sobre otorgado derechos de aprovechamiento de agua en gran parte de la zona centro-norte (más que nada para la gran agricultura y la industria minera), sin siquiera realizar estudios serios sobre las consecuencias de dicho desmesurado consumo en los ecosistemas o las personas, ni tampoco considerando los efectos locales del cambio climático.
Son solo ejemplos para dar a entender que el problema en Chile es la toma de decisiones políticas, las cuales no van en su mayoría avaladas por estudios científicos.
Además de Petorca, el caso más emblemático de este descomunal error nacional se muestra claramente en Aculeo, un cuerpo de agua natural único que no se ha secado en miles de años (pese a las grandes megasequías que ha habido y que se tiene conocimiento), y que fue exterminado en solo unos años, tras el sobre otorgamiento de derechos superficiales y subterráneos, y la autorización de cambios de uso del suelo que terminaron disminuyendo los niveles del acuífero en forma irreversible.
Como en muchos casos a nivel país, las soluciones se han basado en la profundización de pozos y el uso de los costosos e indignos camiones aljibe para abastecer de agua (no potable) a quienes siempre han vivido en esta cuenca, eliminando todo tipo de vida silvestre, la agricultura familiar campesina, la actividad turística y el bienestar social del lugar.
Al respecto, la inusual geografía nacional representa una oportunidad única de depender de la desalación para abastecer volúmenes inimaginables de agua a nuestro territorio, en forma sustentable y ecológicamente amigable, amortiguando la lamentable y creciente pérdida de salinidad que ha estado experimentando la corriente de Humboldt desde comienzos de la era industrial.
De hecho, más de siete mil metros cúbicos por segundo (un número que se incrementa cada año) se derriten y diluyen en Humboldt desde el continente antártico, impactando fuertemente la biodiversidad de la corriente. Por lo tanto, toda desaladora que exista en Chile debe descargar la salmuera (solamente sal y agua, y nada más) directamente en Humboldt y no en las costas, como se está haciendo hasta el momento (método que daña fuertemente los ecosistemas marinos locales).
La tecnología ha avanzado en forma tal que hoy en día la desalación no contamina si se planean bien las cosas, no requiere la energía de antes (de hecho, hoy la desalación se desarrolla mediante paneles fotovoltaicos) y las técnicas empleadas son mucho más eficientes.
Por esta razón, ya no se aconseja instalar grandes desaladoras en las costas (como es el caso de las 24 plantas que existen a nivel nacional), para tratar el agua e importarla dentro de los territorios, sino más bien bombear agua de mar a través de tubos especiales, los que se bifurcan y distribuyen dentro de cada macrocuenca (hacia cada microcuenca), y recién ahí se trata el agua según usos (potable, riego agrícola, industrial, ecosistémico) mediante pequeñas plantas de tratamiento, todo esto utilizando energías renovables.
En hidrología esto se denomina “desalación in-situ” y es la mejor alternativa para casos como Chile, cuyo territorio es angosto y los usos del agua son tan diversos. Es decir, la desalación en Chile debe ser una inversión conjunta proveniente de distintos ministerios.
Similarmente, no puedo dejar de aconsejar que se eliminen los camiones aljibe y se reemplacen por máquinas condensadoras de humedad atmosférica, las cuales ya se usan en todo el mundo (incluso en zonas desérticas), funcionan con energía solar y pueden producir cientos de litros de agua potable cada día en forma constante, sustentable y económica, tecnología que representa otra técnica más para independizarnos del clima, objetivo que debemos alcanzar.
Pese a lo anterior, no se trata de importar agua desde nuestro mar hacia los territorios, para que sigamos derrochando nuestro oro azul. Es imprescindible para la Nueva Constitución entender que la importación de agua es la última opción en la gestión del recurso, pues antes de decidir importar y desalar es necesario tener un nivel de gestión que estamos aún muy lejos de alcanzar.
Medidas como:
- La ley del medidor (para saber con precisión quién, cuánto, dónde y cuándo está consumiendo el recurso).
- Modelación hidrológica e investigación como herramientas de planificación territorial en base al agua.
- Tratamiento y reutilización de aguas residuales (minería, alcantarillado, etc.).
- Eficiencia en el riego (incentivos al uso de riego tecnificado, hidrogeles y control de la evaporación).
- Y solución a conflictos por el agua.
Son solo algunos de los lineamientos que Chile debe iniciar urgentemente.
Similarmente, cada municipio debe contar con un hidrólogo que se familiarice con las cuencas de su comuna y desarrolle los modelos antes mencionados, con el fin de autorizar (o rechazar) futuros cambios de uso del suelo en función de los recursos hídricos y características del territorio en cuestión.
Igualmente importante es la educación sobre el cuidado del agua en todos los chilenos, desde los niños hasta los adultos mayores, incluyendo empresas privadas, sector público, universidades, etc. Por último, es imprescindible la creación de programas de incentivo para la implementación de sistemas de captación de aguas lluvia (techos y calles), desviación de aguas grises y, sobre todo, eliminación del césped y su reemplazo por jardines xerófitos.
Sin embargo, no es la prioridad máxima y debe hacerse gradualmente, en la medida que se van incorporando los puntos anteriores (la prioridad por el momento es desalar). Somos un país que cometió el crimen de secar artificialmente muchos de sus sistemas hídricos superficiales (ríos y lagos) y subterráneos (acuíferos), lo cual en conjunto con el actual cambio climático nos ha dejado en la difícil situación que estamos atravesando.
Por ende, lo que hagamos hoy va a depender de qué país le dejamos a nuestros hijos y, para asegurar un Chile próspero y sustentable, las decisiones deben ir en adelante de la mano de la ciencia.
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