Es hora de que hablemos del sistema alimentario de Santiago
El Sistema Alimentario Metropolitano (SAM), busca construir una primera imagen del Sistema Alimentario de la Región Metropolitana y establecer principios para enfrentar los procesos que amenazan su sostenibilidad. El proyecto fue desarrollado por los investigadores Flavio Sciaraffia, Aníbal Fuentes, Andrés Señoret y Manuela Erazo y financiado por el Fondo del Patrimonio Cultural. Los invitamos a leer sobre su investigación.
Los alimentos que consumimos día a día son el resultado de una concatenación de diversas actividades, procesos, fenómenos e infraestructuras, que van desde el cultivo en los distintos paisajes productivos de la región hasta su disposición final, cuando se convierten en desechos luego de haber sido procesados, comercializados, transformados y consumidos. Esta serie de elementos o eslabones íntimamente concatenados es lo que se denomina Sistema Alimentario, el que además forma parte de un contexto natural, social y regulatorio cambiante.
No es menor constatar que, a pesar de la larga sequía que afecta a la zona central de Chile –la que se ha prolongado por 15 años– y todos los impactos asociados a esta como la escasez hídrica e incendios en zonas rurales, los habitantes de la principal ciudad del país aún pueden disponer en sus mesas de alimentos frescos provenientes del campo.
Esta relativa estabilidad y abundancia se debe, en parte, a los suelos altamente productivos de la zona, así como a su clima templado y, por supuesto, a una población rural que históricamente ha sostenido la producción. Es probablemente por este buen funcionamiento que el sistema rara vez se analiza en su conjunto, y menos aún se aborda de forma integral desde la planificación y las políticas públicas, invisibilizando así sus dinámicas y sus problemas.
Pero el hecho de que haya funcionado siempre no garantiza que lo seguirá haciendo en el futuro: el cambio climático, la ya mencionada sequía que azota a nuestro país, el aumento sostenido de la población urbana, la disminución de la población campesina, la pérdida acelerada de suelos agrícolas por el crecimiento de la ciudad e incendios forestales de magnitud, además de un modelo centrado en la exportación y que no favorece a pequeños productores, amenazan nuestra capacidad de abastecernos de alimentos nutritivos y a bajo costo en un futuro cercano.
Es por esta razón que se hace urgente y necesario, en primer lugar, levantar una discusión sobre cómo queremos que sea nuestro sistema alimentario futuro, el que, creemos, debería regirse por los principios de sostenibilidad económica, reducción de impactos ambientales y distribución social de los beneficios de una alimentación sana y nutritiva. En el ámbito económico, por ejemplo, es necesario incorporar criterios de comercio justo en la cadena productiva, mejorar el acceso de pequeños productores a mercados y redes de distribución y transformación, y acortar las redes comerciales entre el consumidor y productor para fomentar una valoración de los productos. En el ámbito ambiental, el establecimiento de zonas de conservación de suelos agrícolas, la integración de cinturones verdes en la planificación territorial para evitar el cambio de uso de suelo y la promoción de la restauración de suelos y sistemas hídricos en zonas productivas, se perfilan como medidas urgentes. En el ámbito social, finalmente, destacan aspectos como la sostenibilidad del sistema rural y las acciones pueden fomentar nuevas generaciones de agricultores y la implementación de sistemas más apropiados de trazabilidad que incentiven, desde la demanda, la producción de alimentos libres de tóxicos y procesos productivos sostenibles, todos aspectos clave para abordar problemas de salud pública como veremos más adelante.
Además, es necesario establecer los parámetros de funcionalidad del sistema alimentario. Por ejemplo, dado que Santiago no es necesariamente una ciudad que sufra de hambrunas o escasez de alimentos, otros objetivos como la distribución justa, la diversidad de alimentos y la nutrición adecuada –considerando los problemas de sobrepeso y obesidad– parecen ser más relevantes en la definición de metas del sistema. De todas maneras, es algo que merece una discusión mayor, basado en un diagnóstico exhaustivo, en conjunto con los actores involucrados en el sistema. Adicionalmente, se hace necesario monitorear las variables del sistema alimentario y con ello adaptar las normas, acciones y medidas que se propongan. Esto presume un gran desafío en torno a la generación de datos y acceso a información para la toma de decisiones como, por ejemplo, el monitoreo de la disponibilidad de agua para la temporada de cultivos, el monitoreo de variables climáticas, la coordinación de las cosechas con el acceso a infraestructura de almacenamiento y procesamiento, la trazabilidad de los productos, entre otros aspectos. Finalmente, es clave establecer mecanismos de conservación de suelos, incluyendo incentivos tributarios o financiaros para la protección de ecosistemas clave para la producción agrícola, como por ejemplo, los humedales que acumulan y liberan lentamente el agua en la cuenca haciéndola disponible para diversos usuarios.
Afortunadamente, no es necesario partir de cero. La FAO ha recomendado poner atención a las prácticas de la agricultura familiar y campesina para solucionar los desafíos futuros, a los que podemos sumar todo el patrimonio alimentario indígena de nuestro territorio. En la Región Metropolitana solamente, existen decenas de iniciativas de personas y colectividades que han levantado modos alternativos al funcionamiento del sistema alimentario.
Destacamos cuatro de ellos por sus prácticas de resiliencia, con el fin de ilustrar algunas de sus posibilidades:
Comunidad de Aguas Villa Las Rosas
El primer caso es el de la Comunidad de Aguas Villas Las Rosas. Su historia se extiende hasta la primera mitad del S.XX cuando se promulga la ley que destinaba recursos para la creación de vivienda social asociada al cultivo de la tierra; es decir, un paradigma muy distinto al de provisión de vivienda social en la actualidad. A partir de ella se conformaron las cooperativas que luego se convertirían en los habitantes y gestores de los Huertos Obreros y Familiares de La Pintana, donde hasta el día de hoy se cultivan frutales y hortalizas. Debido a amenazas como el cambio de uso de suelo y la ausencia de un cambio generacional, no son muchos los huertos que subsisten en su estado original y productivo, sin embargo, los que quedan resisten y defienden su derecho a habitar la ciudad de otro modo y a ejercer la soberanía alimentaria con su trabajo.
Chakra el Alto
Otro caso ligado al ámbito productivo es el del agricultor orgánico Gonzalo Alvarado y su Chacra el Alto, de 7 hectáreas, en Melipilla. El caso de Gonzalo da cuenta de un proceso de adaptación de prácticas tradicionales de producción de alimentos, a un ámbito más “técnico”, como la agricultura orgánica. Es un caso concreto de cómo formas de vida profundamente arraigadas en la identidad campesina de la región Metropolitana, son resignificadas y revalorizadas, mediante su incorporación a nuevas tecnologías y proyectos de innovación. Bajo un escenario de crisis socio-ecológica, estas nuevas prácticas de producción constituyen un ejemplo de resiliencia.
Cooperativa Huellas Verdes
El tercer caso es la Cooperativa Huellas Verdes. Esta nace con el objetivo de robustecer un modelo de producción de alimentos agrícolas, distribuyendo los riesgos y los beneficios de la producción. Tiene como objetivo facilitar el acceso a alimentos saludables, favoreciendo el consumo local y estacional de alimentos. Igualmente, la idea de una comunidad de productores y consumidores tiene como foco favorecer el precio justo de los productos cosechados, superando el bien conocido problema que tienen los pequeños negocios agrícolas, con la presencia de intermediarios que afectan enormemente el precio de los productos. El vínculo directo entre productores y consumidores de alimentos puede ser la clave para resolver ciertas problemáticas relacionadas a la falta de involucramiento o “desafección” de las personas/consumidores en las dinámicas y vicisitudes que tienen los pequeños productores.
Cholitas del Cacao
El cuarto caso corresponde a Cholitas del Cacao. Se definen como un sistema de compra colectiva, que busca acercar a productores y consumidores, ampliando el acceso a productos agroecológicos y locales. Dentro de su filosofía, la trazabilidad y la soberanía son fundamentales, por lo que establecen lazos de confianza con los productores y transparentan los procesos productivos a los consumidores con el fin de que estos puedan tomar decisiones conscientes sobre su alimentación. A pesar de este énfasis en la elección, Cholitas de Cacao es también una propuesta de alimentación, por lo que sus canastas son concebidas a partir de la estacionalidad y disponibilidad, invitando así a sus consumidores a la apertura y creatividad ante la alimentación.
Así como estos casos, son muchísimos los que pueden servirnos de inspiración y aprendizaje para pensar un nuevo sistema alimentario, ya que de replicar o escalar el alcance e impacto de sus dinámicas, tendrían el potencial de reducir la vulnerabilidad que enfrenta el Sistema Alimentario Metropolitano frente a las amenazas actuales.
Puedes profundizar más la información en el sitio del Sistema Alimentario Metropolitano