Parte 4. Los comienzos en el cultivo de nuestro alimento

Por Paula Rosales Paula Rosales ,

Parte 4. Los comienzos en el cultivo de nuestro alimento
Paula Rosales en su huerta

En esta nueva entrega de Paula Rosales, nos cuenta cómo fue el inicio de comenzar a cosechar su propio alimento y los aprendizajes que vinieron en el camino.

Hace bastante tiempo que llevo reflexionando sobre nuestros orígenes, pienso que este número de la revista no llega de casualidad, ya que es un tema que está en el aire y se comienza a respirar.

A menudo me pregunto por qué a lo largo de la historia de la humanidad han cambiado tanto nuestros quehaceres, ritmos de vida, objetivos y prioridades. En algún momento comenzamos a pensar que lo esencial ya no tenía valor, que era demasiado básico querer vivir la vida de manera tranquila, pausada, alimentarse sano, hacer las cosas con nuestras manos y estar con los nuestros; nos despistaron con eso de tener que “ser alguien” en este mundo, sobresalir para ser exitosos profesionalmente y así, sentirnos valorados en esta sociedad. Nos confundimos y nos desencontramos con nuestra esencia, nos dejamos de preguntar quiénes somos, cuál es nuestro propósito, para qué somos buenos y cuál será nuestro aporte al mundo. Nos subimos a una máquina de productivismo que nos deja bien devastados, nos quitaron el placer de simplemente estar, del no hacer, de parir y criar a nuestros hijos libremente. Nos enseñaron que la tierra era solo para producirla y no para cuidarla, honrarla y disfrutarla. Nos hemos perdido, pero la buena noticia es que con voluntad y conciencia, nos podemos volver a encontrar.

Este tema me cala profundo, pienso que la necesidad de volver a ese origen fue uno de los grandes motivos por los que nos vinimos a vivir en medio de la naturaleza, porque nos permite vivir en el ahora, estar tranquilos, nos invita a observar, estar en familia, ser más conscientes y comenzar a hacernos cargo en lo más posible de nuestras necesidades. Esto último es lo que nos llevó, entre otras cosas, a querer cultivar nuestro propio alimento.

En el capítulo 3 de estos relatos, nos quedamos en la parte donde ya estábamos con nuestra casa más cómoda y mejor instalados. Ahora queríamos comenzar a cultivar la tierra. 

Siempre pensé que lo mejor sería comenzar a conquistar poco a poco los 3.500 m2 de terreno que teníamos en ese entonces, pero que el desafío final sería construir un jardín-bosque de alimentos entre los árboles nativos ya existentes y las especies de interés alimenticio que lográramos incorporar. Nuestra primera decisión fue romper con el paradigma de que para hacer agricultura hay que cortar todos los árboles y comenzar con el terreno totalmente pelado, solo que en un comienzo no tenía muy claro cómo lo haríamos y decidimos comenzar por una pequeña huerta justo en una parte donde llegaba bastante sol.

Debido a la presencia de las gallinas vecinas y otra interesante fauna del lugar, lo mejor sería proteger el espacio donde comenzamos a cultivar. Hicimos un cerco de palo y malla de 8 x 16 metros y construimos tres bancales o camas de siembra de 1,20 x 10 metros de largo. Los espacios destinados a la siembra, los delimitamos con unos ladrillos que habían sobrado de la construcción, por lo cual nos salió prácticamente a costo cero. Me detengo aquí a mencionar que si uno tiene un espacio natural para sembrar no es necesario delimitar con nada físico los lugares destinados a la siembra, no se necesitan cajones ni ninguna infraestructura para comenzar una huerta, esto fue solo debido a que ya teníamos los ladrillos y queríamos dejar el espacio un poco más organizado. En el caso que no se cuente con tierra es cuando se recomienda hacer cajones o estructuras de contención para la huerta.

Preparamos la huerta removiendo los primeros centímetros de arena y agregamos una cama de ramas, otra de hojas y cartón picado, otra con guano de vaca que me conseguí con un vecino y un resto de tierra del bosque que saqué por aquí. Todo ese esfuerzo fue para intentar retener la humedad y nutrientes del suelo debido a que con la lluvia y la arena, pasa todo rápidamente para abajo y las plantas quedan sin mucho alimento.

Pues bien, cuando me puse a pensar en qué cultivaría en este lugar recuerdo haber quedado en blanco, porque si ya me sentía analfabeta por el idioma, cuando comencé a ver el tema del suelo y las especies tropicales me di cuenta que no sabía nada de nada y que la carrera de agronomía me acababa de dejar en completo abandono. Algo obviamente me serviría, pero sería casi como comenzar de cero.

Esto como experiencia de vida me trajo muchísimos aprendizajes, había pasado años estudiando agronomía, más otros tantos trabajando, y de agricultura tropical no tenía idea. Y claro, en la universidad no te enseñan mucho sobre observar y comprender la naturaleza, más bien, te enseñan técnicas y recetas específicas que cuando cambias de entorno ya dejan de ser útiles. Y darme cuenta de esto fue clave para ver realmente cómo haría para empezar, ya que plantas de aquí conocía poquísimas y todo lo demás era libro abierto.  

Por una parte, pensaba en que sería muy entretenido y enriquecedor comenzar a aprender tantas cosas nuevas, pero por otra, tuve que luchar con esa necesidad tan instalada de tener las cosas bajo control y buscar la seguridad antes de actuar. Ahora me tocaba comenzar un proceso de observación personal y aprender de la experiencia local. Empecé a preguntar, a ir a ferias y hablar con los feriantes, ver los productos locales e identificar lo que se producía aquí y lo que venía de afuera. Me puse también a observar las plantas silvestres e intentar identificar sus familias botánicas para empezar a tejer los hilos y llegar a lo que se podría dar bien por acá. Así fue como por ejemplo me encontré con una planta llamada maxixe, que es local. Ella viene de la familia de las cucurbitáceas, es decir del pepino, sandía, melón, entre otras. Entonces pensé que si se daba el maxixe podría intentar con otras especies de su familia. Así comencé una larga investigación y ensayos de prueba y error. 

Avances de la huerta
Avances de la huerta

Cometí muchos desaciertos, primero que todo, nunca había cultivado en arena y no imaginaba lo difícil que sería hacer una huerta en ella, porque una cosa es cultivar las especies adaptadas a las condiciones del lugar, y otra es darle paso a los caprichos personales. El tomate se enferma un montón, las lechugas se suben fácilmente con el calor, las coles se repletan de pulgones entre el calor y la humedad, los zapallos son fuertemente atacados por hongos, los grillos son cosa seria con las hojas, y así la lista es larga… Comencé a preparar miles de pociones mágicas para controlar todas las plagas y enfermedades, pero aún así, el asunto no era fácil para la mayoría de las hortalizas que estaba acostumbrada a cultivar. Fue entonces cuando comencé a introducirme más en la permacultura y a comprender que las plagas y enfermedades generalmente vienen a restablecer un equilibrio en la naturaleza y nos vienen a enseñar que quizás algo no estamos haciendo bien. En algunos casos puede ser que estemos cultivando especies que no están bien adaptadas al lugar (era mi caso probablemente), otros nos indican que los cultivos están fuera de estación, en ocasiones nos dicen que el suelo está mal nutrido, en otras nos avisan de exceso o falta de humedad, etc. Entonces también se hizo importante para mi el comprender que la manifestación de una plaga o una enfermedad no es casualidad, generalmente trae un mensaje, al igual que cuando nos enfermamos los seres humanos. 

En todo este proceso tuve que comenzar a aprender de cultivos locales y comer lo que la tierra acá nos quería dar. Nuevas recetas comenzaron a aparecer con las espinacas perennes, el maní, jengibre, cúrcuma, piñas, camotes, yucas, mucho poroto y una que otra cosa más. Algunos zapallos sobrevivieron y me acostumbré a sembrar mucho más de lo que espero cosechar. 

Me frustré bastante, pero también coseché experiencias. Aprendí que la tierra no es solo para producir alimento, sino que también es importante el disfrutar y aprender de los procesos. Descubrí que la huerta habla de nosotros, es como un espejo.

Ninguna huerta es igual a otra, cada una es un reflejo de quien la cultiva. Comencé a aceptar que nuestra alimentación tenía que comenzar a cambiar, dejar un poco de lado lo que por costumbre quería cultivar y comprendí que el alimento que realmente necesita nuestro cuerpo es justamente el que la tierra que nos rodea nos quiere dar. 

Huerta terminada
Huerta terminada

Otra cosa interesante que me ocurrió, fue que en toda la frustración referente a las hortalizas, comencé a encantarme con los frutales locales (un tremendo paso para mis años de huertera especializada en hortalizas) y comencé a rescatar los mangos y paltos que germinaban en el compostaje, a reconocer y plantar los arbolitos de cajá que nacían entre la huerta y a sembrar limones desde pepita. Unos años atrás no hubiese pensado en esto… Esperar 8 años para ver una palta hubiese estado fuera de las posibilidades que me incitaba la inmediatez ya casi aceptada como algo natural. Quizás hubiese comprado frutales injertados ya produciendo; la diferencia es que de una y otra forma estos los he sembrado yo y hoy logro disfrutar la espera. 

En el próximo relato les contaré más sobre los inicios de nuestro bosque de alimentos y otras cosas más…

Paula Rosales

Paula Rosales / Agrónoma y educadora

Agrónoma hace 12 años, decidió junto a su familia dejar Chile para ir a vivir al Nordeste de Brasil, en donde realiza trabajos de consultoría y hace cursos presenciales y online de huertas ecológicas. Creadora de agrocultiva.cl y socio fundadora de porlapermacultura.org pueden ver parte de su trabajo en Instagram.

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