Parte 2. Volver a las raíces en familia
Esta columna está inspirada en ese retorno a lo esencial, a eso que realmente es la fuente de la vida. Esas raíces humanas insertas en la naturaleza, unidos unos a otros y con consciencia plena. Una historia que busca ser una inspiración para aquellos que quieren hacer un cambio en sus vidas, para quienes eligen ser soberanos de sí mismos y que han decidido que es momento de hacer frente al sistema global que hoy controla nuestra existencia. Los invitamos a leer la columna de Paula Rosales y acompañarnos en sus relatos que serán parte de cada edición.
Si no has leído la primera parte, te recomendamos leerla para aprender los comienzos de este viaje.
Un poco de nuestra historia
Somos una familia compuesta por Leo (mi compañero de vida), Amaro (11 años), Gael (9 años), Pascal (6 años), Luan (1 año y 10 meses) y yo, Paula. Por mi parte, llevo años dedicándome a la agricultura. Trabajé en Santiago de Chile unos 10 años enfocada en las huertas urbanas y pude vivenciar día a día la desconexión del ser humano con la naturaleza y el impacto que esto genera en nuestra forma de vivir, pensar y sentir.
El proceso fue largo. Poco a poco comencé a darme cuenta de cómo vivimos en estas grandes ciudades dirigidas por el capitalismo y peor aún, por el neoliberalismo. Comencé a observar cuáles son las prioridades de una sociedad de consumo, de cómo funciona un mundo acelerado y sumamente exigente. Desperté para ver cómo dirigen nuestras vidas, nos dicen qué comer, qué comprar, qué hacer.
Me hice consciente de cuánto tiempo estamos dedicando a nuestros hijos y a nosotros mismos, supe que nuestra sociedad sufre de un vacío interno que no se llena con lo que está afuera. Tuve la certeza de que estábamos siendo engañados, manipulados. Mi trabajo comenzó a enfocarse en fomentar la agricultura urbana para minimizar, en algún grado, las implicancias que traen consigo el vivir en una ciudad lejos de la fuente de la vida; “la Tierra”.
Me dediqué a hacer clases, realizar talleres, escribir en una revista sobre estos temas y trabajar activamente en cada proyecto que significara, desde mi punto de vista, ser un aporte.
Junto a Leo y nuestros hijos, teníamos la fortuna de vivir en la precordillera un tanto alejados de la ciudad. Los niños iban a una escuela hermosa que quedaba más o menos cerca de la casa, y bueno, a Leo le tocaba viajar horas y horas para llegar a su empresa que es una distribuidora de frutas y verduras que hasta el día de hoy dirige a distancia.
Teníamos una vida linda, diseñada y construida por nosotros. Sin embargo, estábamos totalmente insertos en un sistema de carácter global, que nos estaba asfixiando.
Los inicios del proyecto
Así andaba la vida hasta que un día nos visitó en casa un amigo de Leo, conocido como "el chino", un chileno que vive en Brasil hace ya más de 10 años. Y por esas cosas que suceden, él estaba necesitando vender un terreno que tenía en un hermoso lugar llamado Entre Ríos, una localidad que pertenece a la ciudad de Vila Flor, a unos 20 km de Pipa y unos 120 km de Natal, en Brasil. Este lugar sólo lo conocía Leo, ya que juntos lo encontraron hace varios años cuando "el chino" junto a su familia buscaba un lugar para vivir. Yo personalmente no lo conocía ni en fotos, pero como confío en la intuición de Leo, me dejé llevar. Compramos un pedacito de tierra que prontamente iríamos a visitar.
Nos invitó a ver cuál era el foco de nuestros esfuerzos, a cambiar las prioridades y finalmente decidimos que queríamos vivir de un modo diferente. Queríamos prestar atención a esas cosas cotidianas que en algún momento habían dejado de ser importantes, ese café sin prisa en la mañana, hacer el pan con nuestras propias manos, coser las fundas de los cojines, observar pajaritos, disfrutar del río, del sol, del mar y de todas las cosas bellas de este lugar.
Construir la casa a pulso, hacer el jardín y plantar cada frutal o especie que algún día nos podrían brindar alimento. Criar nuestros propios animales, sacar huevos frescos cada mañana. Queríamos comenzar a hacer todo eso que se delega a otros, mientras vendemos nuestras horas a un precio más alto para lograr así la famosa rentabilidad. Esa constante búsqueda del productivismo que tenemos archivado hasta en los huesos. En fin, había que hacer algo con todo eso.
Decidimos comenzar a transitar por un camino que, sin duda, no sería fácil y muchas veces incómodo, pero con la certeza de que nos traería autonomía, libertad y mucha felicidad.
Lo primero que pensamos sería hacer un plan para preparar nuestra partida desde Chile y acomodar lo más posible nuestra llegada en Brasil. Y digo partir de Chile porque esa fue la puerta que se nos abrió y en la que quisimos entrar, sin embargo, quisiera aclarar, que este tipo de cambios se pueden hacer en cualquier lugar, es un cambio interno y profundo, aunque obviamente salir de la ciudad y de la “máquina de la productividad” ayuda bastante.
Así comenzamos a planificar y trabajar en nuestro proyecto. Trabajamos duro ese primer año, juntamos el dinero para comenzar con la construcción de la casita en Brasil. Al siguiente verano (año 2017) volvimos y comenzamos a levantar lo que sería nuestra casa. Trabajamos mucho, hacía calor y estábamos recién enfrentándonos a la vida rodeados de insectos y esos mosquitos devoradores que al día de hoy son mi pesadilla. En un par de meses logramos dejar bastante avanzado. Luego nos fuimos a Chile nuevamente a trabajar todo un año para finalmente venirnos tranquilos y bien organizados.
La partida y un nuevo comienzo
No voy a desconocer que no fue fácil salir de Chile, dejar a nuestra familia y amigos. Esa casa en la precordillera que construimos poco a poco por más de 10 años. Nuestras rutinas, paseos al cerro, mis más de 10 huertas urbanas que cuidaba con tanto amor y dedicación. Mi adorado Parque Aguas de Ramón, donde hice de ese lugar mi sala de clases por más de 8 años. En resumidas cuentas, llevarnos miles de recuerdos y experiencias de vida, pero en lo físico y tangible, partir con tan solo unas cuantas maletas.
Una partida con lágrimas por lo que dejábamos y alegrías e incertidumbres por comenzar esta aventura. Un revoltijo de emociones, de esas que tanto asustan, pero que te hacen sentir que vives la vida.
El 25 de diciembre del 2017 comenzamos nuestra aventura. Luego de un largo viaje (16 horas de puerta a puerta), llegamos a nuestro pedacito de tierra, la casa aún no estaba muy cómoda, pero al menos teníamos un techo, un piso, y un baño. Y digo eso, porque no teníamos nada más. Un camping en nuestra propia casa fue la manera de comenzar esta aventura familiar.
Pues bien, ya instalados en lo que se convertiría en nuestro nuevo hogar, decidimos comenzar a construir lo que traíamos por sueño, pero que teníamos decidido convertir en realidad. Un trabajo conjunto, en familia, colaborándonos unos a otros, con dedicación y esfuerzo; teníamos por misión continuar la construcción de nuestra casa, al mismo tiempo de ir convirtiendo este bosque en un lugar que nos permitiera producir nuestro propio alimento.
1 Comentario