Caminando hacia una vida sin basura
Llevar una vida sin generar basura parece algo casi imposible de lograr. Lo que si podemos lograr es cambiar nuestra forma de consumo y así generar cada vez menos desperdicio. En ese camino de aprendizaje Camila nos cuenta que descubriremos mucho sobre nosotros y nuestro consumo. Ella es activista por una vida más consciente y con menos basura. Lo que necesitamos es personas que sepan como se producen sus alimentos, de donde vienen y adonde terminarán. Los invitamos a leer el proceso que Camila ha vivido para llevar una vida más consciente.
Soy fiel creyente de que “el lenguaje crea realidades” y un error muy común al traer al español el concepto de “Zero waste”, es hablar de “residuo cero”.
Si nos ponemos a pensar con detenimiento, no generar residuos es algo bastante difícil, por no decir imposible. Desde las semillas de una manzana hasta una botella de plástico, son residuo de algo, incluso nuestro propio organismo genera residuos constantemente. Unos son más evitables que otros, sin embargo, el tema crucial es cómo nos relacionamos con los residuos para que no termine siendo basura. Entendiendo por esto último, aquel residuo que termina, carente de cualquier gestión, sin poder reintegrarse a algún sistema, ya sea natural o industrial, transformándose únicamente en un problema medioambiental y en la mayoría de los casos, también en un problema social.
Es muy importante hacer esa aclaración, si queremos acercar y motivar a que más gente cambie sus estilos de vida, no debemos hacerlo implantando supuestos en sus imaginarios. Cambiar nuestro estilo de vida a uno más sustentable no significa que nunca más vamos a comprar nada, y que nos vayamos a auto-abastecer de todo, viviendo al margen del sistema.
A pesar de que las ideas recientemente planteadas son un ideal al que si podríamos apuntar, no son el único camino ni el único fin. De hecho no debería ser jamás un fin.
Mi camino comienza incipientemente, motivada por diversos hechos de la vida, hace muchos años, accionando en cosas simples, como por ejemplo, separando los residuos y llevándolos a un punto de clasificación para su posterior reciclaje. Hice eso varios años, sin mayor reparo, sintiendo que con esa acción todo estaba bien.
Sin embargo, entre el 2015 y principios del 2016 empecé a cuestionarme cosas más serias. ¿Estaba separando apropiadamente mis desechos? ¿Eran realmente procesados una vez dejados en los puntos de acopio? ¿Qué impacto tendría ese procesamiento en el medio ambiente? Fueron preguntas que me iban surgiendo una detrás de otra y finalmente llegue a cuestionar qué impacto positivo estaba realmente teniendo esa pequeña acción de reciclar, si no estaba cuestionando mis formas de consumir.
Ese ejercicio mental me llevó a tomar la determinación de querer ir más allá. Me propuse, como meta inicial, reducir mi producción de desechos a la mitad (en un año), enfocándome netamente en mis residuos inorgánicos reciclables y comencé a la par un proyecto a través de mis redes sociales para ir documentando y compartiendo mi camino.
Motivadísima por compartir lo que fuera aprendiendo, me puse muy rigurosa en esta tarea y para mi sorpresa, en el transcurso de tres meses, mi producción de estos desechos se había reducido a 1/3.
Este hecho me abrió los ojos a algo que hasta entonces no me había detenido a pensar: El volumen de desechos que tanto me agobiaba, estaba ahí únicamente por la normalización de mis acciones.
Desde ese momento mi objetivo evolucionó y ya no solo buscaba disminuir mis desechos reciclables, sino que comenzaría un camino de búsqueda hacia un mejor vivir, de hacerme realmente responsable del impacto de mis acciones, de cuestionar todo constantemente en una búsqueda que nunca se detiene por cohabitar.
Algo muy importante es entender que cada une parte por donde más le acomoda y es bastante irónico, ya que el tránsito hacia una vida más sustentable es, de por sí, aprender a aceptar la incomodidad.
Desde la revolución industrial, los esfuerzos de desarrollo tecnológico e innovación se enfocaron en dar alternativas que permitieran la inmediatez, que nos facilitaran actividades “triviales” como la alimentación, el cuidado personal o el ocio y nos permitieran, de esa forma, poder responder, sin reparos, al desenfrenado ritmo que implica ser fuerza laboral. De ahí que nacen los alimentos ultra procesados, envasados y listos para servir, los envases desechables, los supermercados, los mil y un productos de limpieza rápida para el hogar y los productos de cuidado personal y cosmética que apelan a dejarte fabulosa en cosa de minutos.
Desde este punto de vista, entonces, querer pausar y vivir de manera más respetuosa con nuestro planeta, implica cuestionar necesariamente ese modelo, lo cual es bastante incómodo y por ende, para poder sustentarlo en el tiempo, es imprescindible asumir y aceptar esa incomodidad.
Para mi lo primero fue la alimentación. Partí transitando, por temas éticos, a una alimentación libre de productos animales. Si lo que buscaba ahora era disminuir la cantidad de empaques desechables (este era el objetivo inicial) el no consumir productos de origen animal me facilitaba mucho la tarea.
No necesitaba “una alternativa” a todos los desechos asociados a esta industria, que además suelen ser de muy difícil (o nula) gestión, porque ya no estaban entre mis necesidades. Comencé entonces eliminando cosas que para mi eran bastante habituales, como los congelados, enlatados o conservas en cajas de cartón y en cambio reorganice mis compras para tener siempre productos vegetales frescos o para comprar los secos a granel, de los cuales pudiera ir cocinado desde cero.
Fueron estas dos muy sencillas acciones las que se reflejaron inmediatamente en esos 2/3 que desaparecieron en el primer trimestre de mi cruzada. De ahí ya todo fue una bola de nieve. Buscar aprovechar al máximo cada alimento para evitar los desperdicios, porque aprendi que 1/3 del alimento que se producía en el mundo terminaba anualmente en la basura. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) es así como también me empece a cuestionar que hacer con los residuos orgánicos.
Seguir tirándolos a la basura no era una alternativa, porque también aprendí que los residuos orgánicos, en vertederos o rellenos sanitarios, no se reincorporan a la tierra, como ingenuamente alguna vez creí. Sino que se descomponen anaérobicamente y se transforman en gas metano, un gas de efecto invernadero y en líquidos que percolan el suelo, removiendo nutrientes y contaminando napas subterráneas (lixiviados)
Aprendí sobre el reciclaje orgánico domiciliario y comencé a vermi-compostar. Por otro lado también me puse a cuestionar y a aprender sobre la inmensa huella de carbono que significa traer alimentos del otro lado del mundo y comencé a buscar alternativas locales y estacionales.
Con el correr del tiempo me fui dando cuenta como estas acciones impactan positivamente, tanto en la salud como en la economía familiar y siempre surgen nuevos cuestionamientos, como por ejemplo, el impacto en mi salud, o en la del planeta tenían mis productos de cuidado personal o limpieza. Si acaso es posible hacerlos yo misma, así como lo había hecho con preparaciones en la cocina que jamás imagine que iban a se tan fáciles (como la mantequilla de maní).
Descubrir que sí podía hacerlo y que ademas, la mayoría de ellos resultaban ser alquimias muy sencillas de productos que ya tenía en mi cocina y esto fue otro portal. Uno que me dio tremenda autonomía, que seguía evidenciando como había estado mal utilizando mis recursos económicos por tanto tiempo y que además me mostraba que el mercado, sobre todo en esta área, es experto en inventarnos necesidades.
Luego fueron las marcas y sus practicas sociales, éticas y ambientales. ¿Estaba yo dispuesta a seguir validando malas prácticas a través de mi dinero? Y en cambio, con el mismo dinero ¿Podría contribuir a potenciar buenas prácticas, mercados locales y pequeños comercios?
Estas preguntas se han extendido a prácticamente todas mis desiciones de consumo en mi día a día, pero también a mis propias acciones, a mis hábitos, a mi relación con otros seres humanos y no humanos y a todo lo que se relacione con mi existencia en este planeta.
En estos procesos, una gran aliada ha sido la autogestión. Hacer, para mi, ha sido de las cosas más gratificantes, empoderadoras y liberadoras, en distintas áreas y a diferentes escalas. Desde hacer mi propio pan o fabricar mi propia granola, hacerme cargo de forma autosuficiente de mis residuos orgánicos, fabricar mis propios productos de limpieza o cuidado personal, hasta tejerme un chaleco o fabricar mis propias mascarillas.
Hacer, me ha permitido evidenciar todos los recursos que hay detrás de los productos que consumimos, muchos de ellos que usualmente pasamos por alto y por ende a valorarlos. Y poner en la real escala de valor “las cosas” nos lleva directamente a preferir calidad por sobre cantidad, a priorizar ciertos atributos de los productos/servicios por sobre el valor económico directo que tengan y por consecuencia, a necesitar o hasta querer menos.
Vivir sin basura puede ser algo bastante metafórico, por que no es solo la basura tangible, la que vemos y que podemos tocar, el problema. También lo son la desinformación, la falta de educación, el despojo de la soberanía sobre los territorios y más.
Y entonces, en este punto, nos preguntaremos ¿De que sirve entonces la acción individual? Y yo les respondo, sirve como los engranajes que mueven tímida y silenciosamente todo lo demás. En la medida en que todos, como individuos, cambiemos nuestras formas de cohabitar, cada quien en la medida que le sea posible, según las propias realidades, vamos a ir modificando los estilos de vida de nuestras comunidades, que luego modificarán las formas de los territorios y estos a su vez se traducirán en cambios sociales y culturales.
Ante estos cambios, aunque muchas veces nosotros no lo percibamos, se van generando cambios estructurales importantes. Y la acción individual no se traduce solo en si compro o no compro empaques desechables, ese es un desde. La acción individual también implica que nos involucremos en los sucesos que ocurren a nuestro alrededor, que ayudemos a que los saberes se multipliquen, que comencemos a ser comunidad y desde las comunidades luchemos por las soberanías arrebatadas. Implica que nos involucremos en las políticas públicas, que participemos de los procesos electorales, que conozcamos a quienes buscan representarnos y les exijamos que accionen, desde sus posiciones de poder, para mejorar la calidad de vida de sus representados.