El huerto y su huertero; el ciclo sin fin
Wini Walbaum, tiene un huerto en su casa en la zona central de Chile y comparte con nosotros lo que significa para ella y su familia esta relación con sus plantas y alimento. Nos relata en forma de ensayo, casi poesía, sus sentimientos hacia el huerto y las estaciones. Los invitamos a leer sobre sus experiencias en su otoño en el huerto y a comprender como todo está relacionado en la naturaleza.
Se nos fue el verano
Los días están cambiando, las mañanas están más frescas y las tardes se tiñeron de naranja. Incluso antes de que los árboles pierdan sus hojas, la sensación en el aire es de otoño.
Cosas tan simples como ponerse un chaleco al atardecer o volver a usar los calcetines y zapatillas que descansaban olvidados en tu clóset. Telas y texturas que se sienten nuevas en tu piel. Descansa nuestra espalda del sol y el sudor. Descansan nuestros hombros del rojo picante en la piel y nos entregamos sin darnos cuenta a las nubes indecisas que oscurecen el día en intervalos.
Yo no tengo pena por esos días largos de verano, los disfruté demasiado. Choclo en corona, pan con tomate, pepino con menta y frutillas con crema. No tengo pena por los tomates y los choclos, ni los pepinos y los porotos. La albahaca florecida e intoxicante, las abejas que no descansan, el momento más fuerte y grande de las flores de mi huerta.
No tengo pena por la tierra caliente bajo mis pies, ni mis chalas, que llenas de espinas, al fin se van a la banca. Gracias chiquillas por la entrega. Gracias al sombrero y los miles de bloqueadores vacíos.
El pesto en el refrigerador, las conservas de tomate y las de frambuesa. Todas me dicen ya basta.
Llegó el otoño y con eso el descanso del alma. Ahora es momento de recoger.
Hay algo muy lindo en esto de dedicarse a la huerta. Tu cuerpo se acostumbra a las condiciones climáticas y se entrega a la luz y la temperatura. No hace falta pensarlo dos veces. En verano nos levantamos cuando el día está claro y a la hora de almuerzo ya terminamos el trabajo pesado. Se duerme siesta cuando el sol quema mucho y se retoma la faena cuando corre el viento de la tarde.
Las actividades las dicta la estación. Lo que comemos lo dicta la naturaleza y su resiliencia y el otoño llega sabio cantando: Vamos guardando, vamos guardando.
Se acabó el trajín del verano pero no la huerta y es hora de volver a sembrar.
El Otoño
Cuando llega el otoño ya estamos cansados.
Hacemos catarsis sacando plantas exitosas y otras que no tanto. La selva abundante y verde que ya no deja ver los bordes de las macetas y las camas de cultivo.
El polvillo blanco que desprenden las plantas enfermas de oídio, vuela a contraluz cuando arrancamos lo que va quedando de los zapallos y calabazas. Volvemos a escribir los pasillos que ya no existían.
Los caminos nuevos que inventó la huerta de verano.
Ya no se puede pasar por aquí, ni por acá…
Se caminaba por donde no habían flores ni hojas… pero ya no.
Volvemos a ver la tierra y al levantar hojas y ramas, corren los chanchitos de tierra despavoridos.
Volvemos al orden. Un plan organizado y un claro dibujo de cómo va a ser nuestro invierno.
En las mañanas frescas del otoño cosechamos lo que va quedando. Los porotos secos, las semillas de las flores y hortalizas. Los tomates que cayeron al suelo y ahora impacientes vuelven a germinar antes de tiempo. Nuestros premios.
Vamos desocupando lugares y nutriendo el suelo con el resultado de nuestra existencia en este espacio.
Ese compost hermoso que lleva meses esperando su momento de fama. Ahora es cuando todo tipo de seres minúsculos y lombrices se lucen llenando camas secas con oro negro y húmedo. Fresco olor a tierra y vida.
Por las tardes sacamos nuestras semillas de cajitas y papelitos. Tesoros y trofeos que hemos ido guardando, para despertarlos en nuevos almácigos. Volvemos a emborracharnos con el anhelo de la abundancia y cual estratega de guerra, trazamos el plan hacia la victoria.
¿Qué va con qué? Cuáles serán las verduras que gozarán del sol de invierno y quiénes en cambio, nobles y generosas, crecerán en lugares menos afortunados.
Somos un huerto y su huertero.
Un equipo tan simple, pero tan hermoso. La naturaleza lenta y certera va dando las órdenes y, nosotros sus cuidadores, escuchamos su voz bajita y nos conmovemos.
Donde manda capitán no manda marinero.
Soberanos y sanos
Es hora de volver a sembrar.
Igual como en primavera sembramos nuestros cultivos de verano. Hoy es tiempo de sembrar nuestros cultivos de invierno.
Esas hojas gruesas de las crucíferas, que durante el otoño e invierno van a ser la frescura de nuestras comidas.
Las zanahorias, cebollas y betarragas. Los rabanitos y las ensaladas de hoja. Lechugas, acelgas y espinacas.
El huerto de otoño en su mayoría es bajito pero contundente. Alimento y temperatura constante mientras la tierra descansa cubierta por mantos de hojas de verduras que parecen criaturas prehistóricas. Encorvadas en el suelo, bañadas por gotitas de rocío, pareciera que brillarán con los primeros rayos de luz de la mañana.
Colores intensos, todo tipo de verdes, morados, grises, incluso azules y blancos. Y el dorado en el suelo, cubierto de hojas caídas.
Quizás y dependiendo de donde vivimos, alcancemos a cultivar una última cama de papas, quizás legumbres de meses fríos, arvejas y habas. Las únicas del huerto de otoño invierno, que van a tomarse las alturas.
El huerto de otoño es un juego de colores y siembras escalonadas. Un paisaje templado y amistoso con los nuevos jardineros.
Con pocas plagas y dificultades, es el momento ideal para comenzar un huerto desde cero.
De novatos a soberanos de lo que comemos, vamos entendiendo de a poco que la naturaleza es generosa y abundante. Un baile entre todo tipo de seres invisibles, haciendo simbiosis, coreografías complicadas y mudas que transforman la tierra bajo nuestros pies. Mientras cuides su fertilidad, ella va a multiplicarse para ti y tu familia. Mientras la mantengas libre de químicos sintéticos y trucos baratos, ella va a bailar para ti o mejor dicho contigo.
Somos soberanos.
Siempre lo hemos sido.
El último esfuerzo
Escuché alguna vez que tenemos los ciclos invertidos. En esta sociedad de especializaciones, ya no hay un huerto en cada casa. ¿Por qué cultivarlo cuando es más fácil comprarlo listo y procesado? Hemos dejado el campo, para ir a buscar oportunidades falsas a las ciudades. Grandes letreros nos prometen manos suaves y riqueza.
Números, papeles, trámites y traslados.
Pero la evolución no es tan rápida.
Nuestro cuerpo aún no sabe que ya no somos campesinos y llora y nos pide escaparnos a tocar el agua y el suelo libre.
Ahora esos momentos se llaman vacaciones y se toman en verano. Voluntariamente sometemos a nuestras espaldas al rojo picante del sol y gozamos con algunos días sumergidos en la naturaleza y el placer. La comida de temporada, las siestas y las tardes disfrutando la brisa fría del verano.
Y luego volvemos a nuestra vida lejos de la tierra. A los números, los papeles, los trámites y los traslados.
Pero nadie que viva de la tierra se tomaría vacaciones en la época de la cosecha.
En verano se trabaja y se disfruta.
La comida de temporada, la siesta, la brisa fría de la tarde acompañan al trabajo duro de cultivar nuestros alimentos. La verdadera riqueza.
Cultivar para alimentarnos y cultivar para preservar.
Como hormiguitas acumulamos lo suficiente para pasar los meses de frío “descansando”.
Llega el otoño y lo sacamos todo. Cosechamos lo que queda y guardamos. Preservamos en salsas y mermeladas. Fermentamos, trenzamos cebollas, guardamos repollos y papas. Hormiguitas llevando el sustento al hormiguero y re sembramos.
Re Sembramos y esperamos… es el último esfuerzo.
Para luego descansar en invierno y pasar tardes enteras mirando la lluvia desde la ventana. Filosofando, leyendo y tocando algún instrumento. Cultivando-nos.
O por lo menos así debería ser.
Hasta que llega la primavera y volvemos a resembrar. Vuelve el trabajo intenso de empezar todo de nuevo en preparación del verano.
Mi otoño
Los días están cambiando.
Las mañanas están más frescas y las tardes se tiñeron de naranja. Yo más pensativa y contemplativa quiero recoger los frutos de esta temporada que acaba de pasar.
El alimento que cultivamos y el orgullo fuerte de saberme capaz. Los suculentos platos que llegan a la mesa, las sonrisas de mis niños.
Mi familia es consciente.
Mis brazos más fuertes, mis manos ásperas.
Algunas espinas que no quisieron salir.
Mis pies marcados por las chalas y el sol. Los talones duros pero el alma suavecita y liviana.
El otoño marca el comienzo de la cosecha más importante; la experiencia. Nadie más que tú sabrá qué funcionó, en dónde y porqué.
De otoño son todos mis cuadernos de fórmulas y planes arquitectónicos. Poemas a la naturaleza, dibujos y chistes que solo a mí me hacen gracia.
Esos rayos anaranjados que de un día para otro se cuelan distinto entre las copas de los árboles, me inspiran y conmueven.
Son el momento obligado del día, en que me siento a mirar lo que hicimos. Sonrío mientras las flores bailan con el viento y me levanto a jugar con tierra una vez más.
Cambian de a poco las plantas, va cambiando de a poco el huerto y yo borracha de esperanza, no me aguanto las ganas de volver a empezar.
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