El verdadero costo de la alimentación
Este artículo busca explicar los costos "no visibles" causados por nuestro sistema alimentario. Todos aquellos costos ambientales, de salud, económicos y sociales que no están incluidos en el precio de los alimentos, pero también a gastos que habría que hacer para mantener el buen estado de salud de los ecosistemas. Si miramos el valor de un alimento de manera multisistémica, nos damos cuenta de que su valor actual está muy por debajo de lo que deberíamos pagar, ya que no incorporan la totalidad de las externalidades negativas generadas.
Es sabido que cuando tenemos una alimentación sana y equilibrada, mantenemos las defensas de nuestro cuerpo, lo que hace que tengamos menos tendencia a estar enfermos. Al contrario, cuando nuestra alimentación es desequilibrada, con consumo excesivo de comida ultra procesada, tenemos más tendencia a desarrollar ciertas enfermedades como la obesidad y la diabetes, entre otras. Todos aquellos gastos de salud —médico, farmacia, exámenes, etc.— que son asociados a enfermedades por una mala alimentación, es lo que en economía se llaman las externalidades negativas, es decir, el impacto económico indirecto —los gastos de salud, en este caso— que se generan luego de una inversión —en este caso comida ultra procesada—.
El valor de la alimentación
¿De qué estamos hablando? Es cuando ponemos un valor monetario a los daños causados por nuestro sistema alimentario. Es decir, intentar poner un precio a cada uno de los impactos negativos que son generados por la producción de alimentos. Por ejemplo, cuando vamos al supermercado, actualmente el precio que pagamos contempla: el costo de la materia prima, la transformación —por ejemplo, convertir el trigo en harina—, el embalaje del producto, la ganancia del productor y los intermediarios, dependiendo del caso. Pero si a esto le sumamos el costo al medio ambiente, los impactos en la salud o los costos sociales generados en toda la cadena de producción, probablemente al llegar a la caja nos llevaríamos una sorpresa, teniendo que pagar mucho más de lo previsto por la misma lista de compras.
En el caso de la alimentación, se ha determinado que la producción de alimentos tiene un costo societal de aproximadamente un 40% más elevado de lo que se paga concretamente en valor por los alimentos. Durante toda la cadena de producción de un alimento, hay costos que están asociados que están invisibilizados. Estos costos "no visibles" los podemos agrupar en costos ambientales, de salud, económicos y sociales y corresponden a gastos reales no incluidos en el precio actual de los alimentos, pero también incluye los gastos que habría que hacer para mantener el buen estado de salud de los ecosistemas.
Algunos ejemplos de esto son:
- Dinero gastado en restaurar ciertos bienes comunes, como el agua potable.
- Dinero gastado en el tratamiento de enfermedades crónicas causadas por una mala alimentación y pago de los días no trabajados, en caso necesario.
- Subvenciones agrícolas, en particular para apoyar prácticas que reduzcan el impacto del cambio climático.
- El dinero que habría que gastar para restaurar la calidad de los bienes comunes (agua, suelo, aire, biodiversidad) que se han degradado, aunque el costo repercuta a las generaciones futuras.
- El costo del desperdicio alimentario, que aumenta artificialmente la demanda de alimentos.
- El costo de las desigualdades en el acceso a alimentos suficientes y sanos.
Los otros costos de la alimentación
Otros costos incluyen aquellos vinculados al maltrato animal y el impacto de la resistencia a los antibióticos, debido a su uso excesivo en veterinaria y en la medicina humana. Si bien estos costos también se han identificado, generalmente no son cuantificados debido a la falta de metodologías apropiadas para poder hacerlo.
A pesar de esto, la ciencia y las metodologías no cesan de avanzar. Este año un reciente estudio evaluó por primera vez los costos indirectos de los daños causados a la salud humana y a los ecosistemas generados por la producción de alimentos.
Este estudio arrojó la siguiente información respecto al precio: por cada dólar invertido en concepto de alimentación, es necesario agregar 2 dólares suplementarios para considerar todos los impactos y obtener el verdadero costo de la alimentación. También arrojó que son los alimentos de origen animal los que tienen un costo más elevado. Concretamente si tuviéramos que pagar el verdadero precio de la carne, pagaríamos tres veces su valor actual. Para la leche y el queso pagaríamos un poco más del doble.
Los investigadores realizaron también una simulación en la que se calculó que una alimentación vegetariana permitiría dividir en dos el costo de la alimentación, es decir, pasar de 14 a 7 mil millones por año.
Concretamente, dejar de lado la carne permitiría, en términos de ganancias medioambientales, reducir las emisiones de 4,5 megatoneladas de CO2 y proteger la biodiversidad, evitando la pérdida de 155 mil especies.
Con respecto a la salud, los beneficios constatados son una reducción de ⅔ en riesgos asociados a enfermedades ligadas al consumo de carnes procesadas, como el cáncer colo-rectal, la obesidad o la dislipidemia —la dislipidemia aumenta las probabilidades de arterias obstruidas, infartos, derrames cerebrales y otras complicaciones del sistema circulatorio—. Esto se debe a que la carne y los alimentos de origen animal son los principales contribuidores de externalidades negativas, principalmente para el medio ambiente y la salud. Comenzar por reducir nuestro consumo de alimentos de origen animal permitirá reducir de alguna manera esos costos asociados que por ahora están invisibilizados.
¿Seríamos capaces de pagar el precio real de los alimentos?
La evaluación de este "valor no visible" no tiene por objetivo, en ningún caso, que los precios aumenten de manera sorpresiva, sino más bien busca sensibilizar respecto a los impactos que genera nuestro sistema alimentario. Aunque este ejercicio de cálculo es bastante complejo de realizar, ya que coexisten otros factores que pueden influir en ellos, hoy en día tanto la investigación como ciertas organizaciones internacionales muestran un fuerte interés por cuantificarlos. Por ejemplo, la ONU y la FAO ven en esto una oportunidad para que los estados se responsabilicen y tomen este criterio en consideración a la hora de hacer políticas públicas.
¿Qué podemos hacer como consumidores para minimizar estos costos?
Si bien actualmente los métodos de evaluación de estos costos invisibles están todavía en maduración, es importante que como consumidores comencemos a cuestionarnos respecto al precio que pagamos por los alimentos. Mientras más barato, más incita al consumo innecesario y, por ende, genera más desperdicios alimentarios, todo eso con un "costo no visible" asociado.
Cada uno a su escala, puede contribuir. Acá te dejamos algunos tips para comenzar a reducir los impactos y los costos asociados de tu alimentación:
- Organizar nuestras compras para evitar comprar alimentos en exceso que no consumiremos y que terminarán en el basurero como desperdicio, bajo la excusa de que era muy barato comprarlo. Ya sabemos que lo barato puede costar muy caro.
- Reducir progresivamente el consumo de alimentos de origen animal. Estos son los principales contribuidores de externalidades negativas.
- Si es posible, escoger alimentos orgánicos. Estos tienen un impacto menor sobre los ecosistemas, lo que genera menos externalidades respecto a sus equivalentes producidos de manera convencional.
- Priorizar los alimentos etiquetados como “comercio justo y equitativo”. Estas certificaciones nos indican que los productores han sido remunerados correctamente y que el valor que pagamos minimiza las externalidades ligadas al ámbito social.
- Evitar el consumo elevado de alimentos ultra procesados, que en acumulativo generan predisposición para desarrollar ciertas enfermedades crónicas como obesidad, diabetes, hipertensión arterial, dislipidemia, entre otras, que hacen aumentar los costos asociados en salud.
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