Parte 3. Un comienzo un poco incómodo, pero enriquecedor
Paula Rosales nos relata en su tercera entrega como fue su cambio de país, particularmente cómo han hecho de Brasil su hogar, a través de aprendizajes y cambios en su forma de vida. Toda una inspiración para quienes buscamos una vida con más sentido y menos consumo.
Si no has leído las historias anteriores, te recomendamos leerlas para aprender los comienzos de este viaje.
En un comienzo fue extraño, si bien estábamos en el lugar que habíamos elegido y nos sentíamos felices por ello, teníamos cierta sensación de incomodidad por el simple hecho de estar viviendo algo totalmente desconocido. Nuestra casa aún no la sentíamos propia, faltaba vivirla para sentirla así. La fauna que nos rodeaba nos parecía un poco amenazante: cobras, alacranes, cuncunas de fuego y otros seres entraban a nuestra casa como si fuese propia; aún faltaba mucho por aprender de insectos y animales selváticos para saber protegernos bien. Conocíamos gente, pero aún no establecíamos amistades. Aunque estábamos en familia, aún sentíamos algo de soledad.
En relación al idioma, algo de portugués entendíamos, pero no hablábamos ni un poco y, si nos hablaban rápido, no entendíamos nada. Imagino a mis hijos en una escuela nueva, compañeros nuevos y sin entender casi nada de lo que les hablaban; pienso que no les fue nada fácil. Aún recuerdo que cuando llegamos a todos nos dió amigdalitis y, que lo primero que se me vino a la cabeza con esa enfermedad, era que teníamos las palabras atrapadas en la garganta, esa frustración que ocasiona el querer expresarse y no poder. Seguramente era el componente emocional de ese malestar. A momentos nos avasallaba una sensación de analfabetismo y desconocimiento en toda su magnitud, pero teníamos certeza de los aprendizajes y oportunidades que esta nueva vida nos podría entregar.
Cuando comenzamos la construcción de nuestra casa, un par de años antes de viajar, lo primero que tuvimos que hacer fue considerar que construir en Chile es totalmente diferente que hacerlo aqui. Eran nuevas condiciones ambientales y materiales locales. Lo primero que hicimos fue pasear por el pueblo y la zona rural para ver cómo construye la gente local. Aquí se usa mucho las casas de ladrillos con teja a la vista, los techos en la zona de campo se hacen altos por el calor y las vigas para dar la estructura a las casas generalmente son de un tronco de árbol llamado guabiraba, que es muy firme y no lo atacan insectos de la madera.
En ese tiempo, para la construcción contratamos algunos maestros y los tuvimos que dejar trabajando prácticamente solos porque teníamos que volver a Chile. Tal vez no haya sido tan buena decisión, ya que cuando llegamos no habían hecho lo que nosotros imaginábamos.
En fin, cuando volvimos para quedarnos, nos instalamos en un par de habitaciones y comenzamos con las reparaciones y la ampliación que necesitábamos para poder estar más cómodos. Todo el proceso de construcción estuvo principalmente a cargo de Leo (mi marido), ya que por una parte es algo que realmente le apasiona, y por otra, no estaba dentro de nuestras opciones contratar a nadie para hacerlo, ya que siempre nos planteamos que queríamos hacer nuestro hogar aunque significara equivocarnos una y otra vez. Obviamente pedimos ayuda a maestros locales que saben técnicas de construcción que nosotros no sabíamos manejar y que necesitábamos aprender, aún así eso no nos salvó de poner puertas en lugares donde debían ir ventanas, de tener que botar muros para ampliar, de cambiar el baño de lugar y de un sinfín de cosas que tuvimos que ir haciendo para reparar. Ni hablar de lo que significa construir en un pueblo, nos hicimos amigos de todas las ferreterías cercanas y eran visitas diarias a cada una de ellas, ya que en una tenían los clavos y en otra el martillo. Había que olvidarse de las grandes tiendas y de conseguir todo el mismo día; encargábamos arena para un día y tardaba 10 días en llegar. Esto requería de mucha paciencia y nuevas formas de hacer las cosas.
Cuando pienso en los niños y todo el proceso de construcción de la casa me alegra mucho que ellos hayan vivido todo este proceso, ya que pienso que aunque nadie aquí tenga mucha noción de arquitectura, ellos ya tienen la experiencia de lo que significa construir tu propio lugar. Lo veo como un regalo para toda la vida.
Hoy tenemos nuestra casa casi terminada, digo casi porque construir una casa es algo que nunca termina, pero por el momento la hemos dado por terminada. Ahora pienso que si volviera el tiempo atrás, lo haríamos exactamente igual, ya que ha sido un camino repleto de aprendizajes y muchas satisfacciones. Nada genera más gratitud y amor que cuando las cosas están hechas por nosotros mismos.
Otra cosa interesante que nos pasó fue que a la hora de comenzar a habitar la casa empezamos a necesitar cojines para los sillones, mosqueteros para las camas, cortinas y otras cositas. En ese momento fuimos a dar una vuelta al pueblo para ver qué conseguíamos, pero no encontramos mucho. Acá no venden esas cosas y nos dijeron que tendríamos que viajar a Natal para conseguirlas. Es un viaje relativamente corto (de poco más de una hora). Sin embargo, ese fue el impulso que me llevó para intentar hacer las cosas yo misma. Nunca fui de hacer muchas cosas con las manos, apenas sé usar una aguja, tejo sólo bufandas o cuadrados, no soy muy artista en ese sentido, pero en ese momento me nacieron las ganas de hacerlo yo. Y así fue como comencé a inventar, transformando una manta que sobraba en fundas para cojines que tal vez no quedaron muy bien, pero las hice con mis manos y eso me hizo muy feliz. Los mosqueteros los diseñamos con mi hermana que estaba con nosotros, inventamos unas estructuras para colgarlos y nos dimos mil vueltas hasta lograr hacerlos.
Para comprar el pan teníamos que ir al mercado que está a unos 20 minutos de la casa en auto, asi que empezamos a hacerlo en casa. Tortas de cumpleaños no había donde conseguir y fue el impulso necesario para comenzar a incursionar en la pastelería. Y así comenzamos a dedicarle tiempo a la cocina, a estar más en casa y pensar en el hacer antes que en el comprar.
Los cambios siempre son un poco incómodos, y más aún cuando se sale del sistema de comodidad de consumo inmediato y se entra en uno que nos lleva a tomar consciencia sobre cada una de nuestras acciones y nos invita a hacer más cosas por nosotros. Sin embargo, si lo pensamos, vale la pena incomodarse para caminar a un vivir más simple, sostenible y feliz.
En el momento en que nos sentimos un poco más instalados en la casa, decidí comenzar con mis primeras intervenciones en el terreno para dar paso a nuestro gran objetivo, que era comenzar con la producción de nuestro propio alimento. Con un buen sombrero, mucho bloqueador solar y repelente, comenzó la aventura de transformar un suelo compuesto por unos cuantos centímetros de arena y otros tanto de arcilla dura como piedra, en tierra fértil para crear nuestro sistema de agricultura familiar.
En el próximo número les contaré más detalles sobre los inicios en la producción de nuestro propio alimento y cómo hemos recorrido este camino hacia nuestra soberanía alimenticia.
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